Ucrania y sus implicaciones en el sector energético global

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Por Miguel Tovar

La invasión rusa a Ucrania ha impactado de manera importante en la geopolítica europea: la movilización de los países vecinos al conflicto, el activismo de los miembros de la OTAN y las potenciales adiciones de Suecia y Finlandia, los renovados bríos de antagonismos añejos como la escalada de la extrema derecha francesa, el militarismo atribulado estadounidense, y un etcétera de cambios súbitos en la composición sociopolítica regional.

A esto se suma un componente enorme: el sector energético europeo, sus cambios en el muy corto plazo y sus implicaciones no sólo en términos del conflicto político y bélico, sino su impacto en mucho de cómo entendemos la sostenibilidad del sector: la transición energética, las sociedades net zero y las fuentes renovables.

La preguerra, la guerra y su energía

En noviembre 2021, al finalizar la COP26, se había logrado un progreso frágil: más del 80% de las emisiones globales de carbono fue cubierto con las promesas de los gobiernos de lograr sociedades net zero. La cumbre fue testigo de acuerdos clave sobre deforestación, emisiones de metano y producción de carbón. Veintitrés países asumieron nuevos compromisos para eliminar gradualmente el carbón. Fue tal la extasiases que Alok Sharma, presidente de la COP26, aseguró que “los países le están dando la espalda al carbón”. 

Para febrero 2022, el panorama energético global había cambiado significativamente pues el uso de carbón aumentó a niveles récord durante el invierno, mientras que la habilitación de instalaciones de energía renovable cayó por debajo de los niveles necesarios para alcanzar los objetivos climáticos. Todo esto antes de que Rusia invadiera Ucrania.

Hasta hoy, Europa obtiene 40% del gas natural de fuentes en Rusia. Ante la guerra los gobiernos decidieron alejarse del petróleo y el gas rusos, así como reconsiderar sus obligaciones para reducir el uso de combustibles fósiles. La pregunta es cómo se compensará este déficit, especialmente ahora que los precios de los petrolíferos ya alcanzaron los niveles más altos en una década. 

Uno podría suponer que esta sería una gran oportunidad para cumplir los objetivos de transición energética y el acceso a fuentes de energía alternativas y renovables, pero la vida está llena de inequidades. 

En ese sentido, los gobiernos deberían estar discutiendo objetivos de política que impliquen desde la reducción o control de la demanda de energía hasta la mejora de la integración de los clústeres industriales y agrícolas, y las necesidades de los centros urbanos. Al final, la invasión de Ucrania, como fue la pandemia, no debería ser entendida como una preocupación sobre la competitividad en el marco de la emergencia climática, sino que es la emergencia climática en sí. 

El carbón
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del carbón. No todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma. 

Desde antes de la guerra, el carbón ya disfrutaba de cierto auge, pues la recuperación económica generó una gran demanda de energía. Por ejemplo, en Estados Unidos la generación a base de carbón fue mayor en 2021, en el gobierno de Biden, que, en 2019 en la presidencia de Trump. En Europa, la generación con base en carbón aumentó un 18% en 2021, su primer aumento en una década.

El ministro de economía de Alemania, Robert Habeck, ya reconoció que la guerra en Ucrania impulsará la demanda de corto plazo de carbón. La lógica es brutal, pues con costos entre 105€/MWh y 335€/MWh en gas natural, es más barato quemar carbón de 25€/MWh. Por su parte, la Agencia Internacional de la Energía reconoció que en “cuanto más rápido los tomadores de decisiones de políticas encuentren cómo alejarse de los suministros de gas rusos, mayor será la implicación en términos de costos económicos y emisiones a corto plazo”.  Es decir, la tentación cortoplacista del carbón ronda los pasillos de la vieja Europa y con eso la oferta global de países como China, Indonesia, Australia e India.   

Los retos de las renovables y el almacenamiento

El trampolín mortal: el uso de carbón debería reducirse a la mitad en esta década. En el mismo período se espera que la generación de electricidad aumente 40%. Lograr ambas cosas de manera simultánea requerirá un gran crecimiento de las energías renovables, a la par de que se logran avances en las opciones de almacenamiento.

La realidad es que la energía solar y la eólica no crecieron al nivel esperado en 2021 resultado de una combinación de guerras comerciales, falta de acceso a incentivos, carencia de políticas públicas claras y desarrollo tecnológico en almacenamiento.

Básicamente a nivel global nos encontramos ante una “transición no sincronizada”: las energías renovables no han crecido lo suficiente como para reemplazar el carbón.  Ante la demanda acelerada de una economía global que se despojaba de la pandemia, las energías renovables deberán responder a esa exigencia. 

Wrap-up

La guerra en Ucrania ha mostrado de manera descarnada una vez más las vilezas de esta humanidad y la transición energética se ve raptada, con mucha facilidad hay que decirlo, por los supuestos valores superiores de “soberanía” e “interés nacional”. 

La realidad es que la asincronía de la transición y la demanda global de energía sólo se podrán resolver con medidas complejas que involucren:

  • Cooperación internacional, pues estará por verse la próxima COP en Egipto. Cómo las empresas y los gobiernos retoman un diálogo permanente sobre el desarrollo de políticas públicas y proyectos con miras a sociedades y economías descarbonizadas.
  • Un redoblado interés por leer al dedillo los objetivos concretos de la COP26, como lo son Principios Rectores del Metano y el nuevo marco de informes OGMP 2.0. En este punto, las empresas tienen mucho que aportar al ser el eslabón que materializa este cumplimiento y lleva por delante los objetivos particulares de sostenibilidad social, ambiental y de gobernanza. 

Inversiones de corto y mediano plazo, especialmente en energías renovables y almacenamiento. Una parte importante de este dilema es cómo recolocar las políticas públicas que incentiven más inversiones en este segmento y se motivan desarrollos tecnológicos (costos, sí, pero necesarios) en almacenamiento.

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