En un mundo donde la digitalización se ha convertido en el nuevo eje del desarrollo económico y social, las llamadas smart cities o ciudades inteligentes representan el futuro de la gestión urbana. El concepto, surgido en la planificación de políticas públicas y urbanismo tecnológico, plantea el uso de la tecnología para optimizar los servicios públicos, mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y garantizar un desarrollo más sostenible.
En Latinoamérica, el avance hacia este modelo de ciudad aún es desigual, aunque ya existen señales de progreso. Según el Ranking Mundial de Ciudades Inteligentes 2025 del IMD (International Institute for Management Development), Medellín (Colombia) y la Ciudad de México lideran la región, ubicándose en las posiciones 118 y 119 a nivel global.
Aun así, el contraste con los países europeos es evidente. Zúrich, en Suiza, encabeza la lista mundial por segundo año consecutivo, seguida de Oslo, en Noruega, y Ginebra, también suiza. Estas ciudades destacan por su equilibrio entre desarrollo tecnológico, planeación urbana, movilidad sostenible y políticas de inclusión social.
Qué hace a una ciudad “inteligente”
El estudio del IMD analiza cómo los ciudadanos perciben la calidad de los servicios públicos y la infraestructura tecnológica en sus ciudades. Evalúa aspectos como transporte, conectividad digital, gestión de residuos, seguridad, vivienda, desarrollo económico y sostenibilidad ambiental.
Una ciudad inteligente no solo depende de la tecnología, sino de cómo esta se aplica para resolver problemas cotidianos. Desde el uso de sensores para controlar el tráfico, hasta la digitalización de trámites gubernamentales o el uso de inteligencia artificial para mejorar la seguridad y el consumo energético, el objetivo es claro: usar la información para hacer más eficientes los recursos urbanos.
En el caso de Latinoamérica, los expertos coinciden en que el desafío no radica únicamente en incorporar tecnología, sino en cerrar las brechas estructurales que impiden su aplicación masiva: desigualdad económica, deficiencias en infraestructura básica, altos niveles de informalidad y marcos regulatorios poco flexibles.
Latinoamérica y las Smart Cities
Medellín, conocida por su transformación social y urbana, ha sido reconocida por su red de transporte público integrado, sus programas de innovación social y la creación de distritos tecnológicos que impulsan la inversión y el talento digital.
Por su parte, la Ciudad de México avanza en conectividad y movilidad con proyectos como el Cablebús, el sistema de cámaras de seguridad más grande de América Latina y el uso de big data para monitorear el tránsito. No obstante, enfrenta grandes retos en materia de vivienda asequible, contaminación y seguridad.
Según el IMD, 110 de las 146 ciudades evaluadas señalaron que la falta de vivienda asequible es uno de los principales obstáculos para el desarrollo inteligente. En este sentido, las urbes latinoamericanas deben equilibrar el avance tecnológico con políticas de inclusión y bienestar social.
El informe del IMD sugiere que las ciudades mejor posicionadas —Zúrich, Oslo y Ginebra— comparten características clave: tamaño manejable, independencia geográfica, resiliencia económica y equilibrio ambiental. Estas urbes logran integrar tecnología y calidad de vida sin caer en los problemas de escala que afectan a las megaciudades, como la congestión o la contaminación.
Sin embargo, como advierte el director del Centro Mundial de Competitividad, Christos Cabolis, el tamaño no garantiza el éxito: “Las ciudades pequeñas a menudo carecen de ecosistemas de innovación o mercados laborales amplios, lo que limita su capacidad de escalar”.
El camino hacia las smart cities en América Latina pasa por una mayor colaboración público-privada. El despliegue de infraestructura de conectividad, el impulso a la energía limpia y la digitalización de servicios públicos son pilares que pueden detonar un nuevo ciclo de inversión tecnológica en la región.
Los especialistas advierten que países como México, Chile y Brasil tienen una ventaja geográfica y demográfica que podría convertirlos en polos regionales de innovación urbana, siempre que logren articular políticas claras y sostenibles.
La tendencia global apunta a que la ciudad del futuro será tecnológica, verde e inclusiva. Para América Latina, el desafío no solo será alcanzar esa visión, sino hacerlo sin dejar atrás a los millones de ciudadanos que aún viven en condiciones de desigualdad y con servicios básicos limitados.
El futuro de las ciudades latinoamericanas dependerá de su capacidad para adoptar tecnología con propósito, impulsar la innovación desde lo local y apostar por la sostenibilidad como eje de desarrollo.