México genera el 44% de las emisiones GEI en América Latina: El dilema de la energía fósil

La senda energética de México se encuentra en un punto de inflexión crítico. A pesar de su vasto potencial en energías limpias, el país se consolida como el mayor emisor de gases de efecto invernadero (GEI) de América Latina, una posición que no solo contrasta con los promedios regionales, sino que también subraya una profunda vulnerabilidad económica. Este editorial profundiza en las causas y consecuencias de esta dependencia y presenta la descarbonización no como una opción, sino como un imperativo estratégico para asegurar el porvenir de la nación.

Hace 5 horas
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La discusión sobre la política energética en México ha sido, durante años, un terreno fértil para el debate ideológico, a menudo oscureciendo los datos crudos y las realidades económicas que definen el rumbo del país.

Hoy, esos datos ya no permiten ambigüedades. Un análisis reciente revela una verdad incómoda, pero ineludible: México se ha erigido como el principal generador de electricidad a partir de combustibles fósiles en América Latina y el Caribe, contribuyendo con un alarmante 44% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de la región en 2024.

Esta cifra no es meramente un registro estadístico; es el síntoma de una profunda disfuncionalidad estructural que, de no atenderse, amenaza con comprometer la competitividad y la estabilidad del país en el mediano y largo plazo.

El contraste es dramático. Mientras que México produce el 44% de las emisiones de GEI regionales a través de la quema de combustibles fósiles, su generación eléctrica con fuentes renovables apenas alcanza el 22%, una cifra que palidece frente al promedio regional del 62%.

Esta disonancia no es un accidente, sino el resultado de una política energética que, conscientemente o no, ha priorizado una dependencia del gas natural, un insumo cuyo precio el país no controla y cuya producción interna es insuficiente para satisfacer la demanda.

Esta vulnerabilidad estructural no solo se traduce en un impacto ambiental devastador, sino también en una fragilidad financiera palpable, como bien lo señala Ena Gutiérrez, de la consultora Enlight.

La volatilidad de los precios del gas natural expone a las empresas mexicanas a riesgos económicos innecesarios, limitando su capacidad para planificar a largo plazo e invertir en crecimiento. La descarbonización de México en este contexto, emerge como un antídoto tanto para la crisis ambiental como para la inestabilidad económica.

La imperativa descarbonización: Un motor de competitividad para México

El camino hacia la descarbonización de México no debe ser visto como un sacrificio económico, sino como una estrategia para asegurar la competitividad y la resiliencia del sector productivo. La meta de que el 45% de la generación eléctrica provenga de fuentes limpias para 2030, si bien ambiciosa, representa un horizonte tangible y cargado de beneficios concretos.

a consecución de este objetivo podría significar una reducción de 384 mil millones de pies cúbicos en el consumo de gas natural, lo que se traduciría en un ahorro anual de 1.6 mil millones de dólares. Además, esta transición disminuiría la dependencia energética externa en un 20%, fortaleciendo la soberanía energética del país.

La industria privada tiene un papel crucial en este proceso de descarbonización de México. La descarbonización de la energía mexicana no puede recaer exclusivamente en el sector público. Como señala David Sánchez Jasso, director general de Solventa Energía, es imperativo que existan «reglas claras» para la inversión privada en infraestructura eléctrica. La falta de certidumbre ahuyenta capitales y frena proyectos que podrían acelerar la transición energética. A su vez, el sector privado debe asumir un rol proactivo, invirtiendo en mejoras de eficiencia y en la descarbonización de sus propias operaciones.

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Desafíos y oportunidades en la descarbonización del sector empresarial

A pesar de las barreras regulatorias y la falta de incentivos, el sector empresarial mexicano no es ajeno a la urgencia de la descarbonización. La adopción de mecanismos como los Power Purchase Agreements (PPA) se presenta como una solución pragmática y eficaz.

Estos contratos de compraventa de electricidad renovable a largo plazo permiten a las empresas fijar precios estables, protegiéndose de las fluctuaciones del mercado de combustibles fósiles. Además, les permiten cumplir con sus metas de sostenibilidad, mejorando su reputación corporativa y su atractivo para inversionistas que priorizan los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza). La descarbonización de la energía no es solo una cuestión de ética, sino de viabilidad económica.

El potencial de la descarbonización: Sol y Viento como pilares

A pesar del liderazgo de México en la generación sucia, la geografía del país lo dota de un potencial inmenso para convertirse en una potencia de energías renovables. La privilegiada ubicación de México lo convierte en un candidato ideal para aprovechar la energía solar y eólica a gran escala.

La vasta extensión de sus territorios, la alta irradiación solar y las zonas con vientos constantes son recursos naturales que esperan ser aprovechados. Ignorar este potencial no solo es un error económico, sino una oportunidad perdida para redefinir el rol de México en la economía global.

El cambio climático no es una amenaza abstracta; es una realidad que exige acción inmediata y coordinada. México tiene la oportunidad de liderar en América Latina, no por sus emisiones de GEI, sino por su audacia en la transición energética. El camino es claro: políticas públicas que fomenten la inversión privada, reglas claras que generen confianza y un compromiso firme del sector empresarial con la descarbonización.

Un Futuro Descarbonizado: Más allá de una simple transición

El verdadero desafío de la descarbonización va más allá de la simple sustitución de fuentes de energía. Se trata de una transformación profunda de la matriz económica, social y productiva del país.

La transición energética es una oportunidad para modernizar la infraestructura, generar empleos de alto valor y fortalecer la posición de México en la cadena de suministro de tecnologías limpias.

Lograr la meta de un 45% de energía limpia para 2030 no es solo un objetivo ambiental; es una declaración de intenciones sobre el tipo de país que aspiramos a ser: uno resiliente, innovador y comprometido con un futuro próspero para sus ciudadanos y el planeta. La descarbonización no es una opción, sino la única vía sostenible.

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