El quemado de gas, una práctica de larga data en el proceso de extracción de petróleo, representa uno de los contribuyentes más evitables al deterioro ambiental y al desperdicio de recursos en el sector energético moderno. Cuando los operadores de campos petroleros extraen crudo, a menudo encuentran gas natural «asociado», un subproducto que acompaña al recurso principal.
En lugar de invertir en infraestructura para capturar, procesar y comercializar este gas, muchos optan por la vía más rápida: quemarlo mediante antorchas o, en peores casos, liberarlo directamente a la atmósfera. Esta decisión, impulsada por consideraciones económicas a corto plazo y desafíos logísticos, tiene consecuencias de largo alcance que exigen atención urgente de los responsables políticos, líderes de la industria y defensores ambientales.
¿Qué es el Quemado de Gas?
En esencia, el quemado de gas implica la combustión controlada de gas natural que surge durante la producción de petróleo. Este gas, principalmente metano, se quema en la cabeza del pozo o en instalaciones de procesamiento para evitar liberaciones incontroladas que podrían representar riesgos de seguridad. La práctica se remonta al inicio de la industria petrolera hace más de 160 años y persiste hoy a pesar de los avances tecnológicos. El quemado difiere de la ventilación, donde el gas se libera sin quemar, amplificando el potente efecto invernadero del metano.
Los tipos de quemado incluyen operaciones rutinarias para la producción continua, quemado de emergencia por seguridad y eventos no rutinarios durante el mantenimiento. A nivel mundial, se queman aproximadamente 140 mil millones de metros cúbicos (bcm) de gas natural anualmente, equivalentes al consumo anual de gas de África subsahariana. Este volumen resalta la magnitud del problema, particularmente en regiones como Rusia, Irak y Nigeria, donde las brechas en infraestructura y la laxitud regulatoria perpetúan el problema.
La Importancia Ambiental de Abordar el Quemado de Gas
El impacto ambiental del quemado de gas es innegable. Al quemar el gas asociado, los operadores liberan volúmenes sustanciales de gases de efecto invernadero (GEI), incluidos dióxido de carbono (CO2), escapes de metano, hollín negro (o carbono negro) y óxidos de nitrógeno, todos potentes contribuyentes al cambio climático y la contaminación del aire.
El metano, con un potencial de calentamiento global 84 veces mayor que el CO2 en un período de 20 años, es particularmente dañino cuando se ventila en lugar de quemarse, ya que escapa sin combustión a la atmósfera. Esto contribuye significativamente al cambio climático, representando cerca del 5% de las emisiones antropogénicas globales de metano.
Más allá de los GEI, el quemado de gas produce hollín negro, que acelera el deshielo del Ártico al absorber la luz solar y depositarse en superficies nevadas. Las emisiones de óxidos de nitrógeno agotan aún más la capa de ozono y contribuyen a la lluvia ácida. En áreas de intenso quemado, la calidad del aire local se deteriora, lo que lleva a enfermedades respiratorias, cardiovasculares y muertes prematuras entre las poblaciones cercanas.
Los ecosistemas también se ven afectados: la lluvia ácida daña la vegetación y los cuerpos de agua, mientras que la contaminación térmica de las antorchas impacta los hábitats de la vida silvestre. La ventilación agrava estos problemas, ya que el metano no quemado y los compuestos orgánicos volátiles presentan riesgos aún mayores para la salud humana y la biodiversidad.
Las ramificaciones socioeconómicas se extienden a comunidades en países en desarrollo, donde el quemado a menudo ocurre cerca de áreas pobladas. En el Delta del Níger en Nigeria, por ejemplo, la exposición crónica a las emisiones de las antorchas se ha relacionado con tasas más altas de cáncer y trastornos del desarrollo, subrayando el costo humano de esta práctica.
Implicaciones Económicas del Quemado de Gas
Desde una perspectiva económica, el quemado de gas es un desperdicio extraordinario de recursos, especialmente en medio de precios históricamente altos del gas natural. Los 140 mil millones de metros cúbicos quemados anualmente representan ingresos perdidos estimados en decenas de miles de millones de dólares, suficientes para alimentar continentes enteros o compensar déficits energéticos en Europa y Asia. Solo en Rusia, el quemado resulta en pérdidas económicas anuales superiores a los $5 mil millones, mientras que las cifras globales aumentan al incluir externalidades ambientales y de salud.
Este desperdicio es particularmente irónico dado el ajuste de los mercados de gas actuales. Capturar y comercializar el gas asociado podría proporcionar un alivio más rápido y económico que desarrollar nuevos campos o terminales de gas natural licuado (GNL).
Tecnologías como la conversión de gas a líquidos, la reinyección para recuperación mejorada de petróleo o la generación de energía a pequeña escala ofrecen alternativas viables, a menudo con períodos de amortización inferiores a dos años en entornos de precios altos. Sin embargo, la laxitud regulatoria y los motivos de lucro a corto plazo perpetúan el statu quo, retrasando la transición hacia operaciones más eficientes.
Caminos para Reducir el Quemado de Gas
Para frenar el quemado de gas, se requiere un enfoque multifacético que combine la aplicación regulatoria, la innovación tecnológica y la colaboración internacional. La iniciativa del Banco Mundial «Cero Quemado de Rutina para 2030», respaldada por más de 100 gobiernos y empresas, establece un estándar para eliminar el quemado no emergente. Esto implica exigir planes de recuperación de gas de antorcha en nuevos desarrollos petroleros y adaptar sitios existentes con sistemas de captura.
Las soluciones innovadoras abundan: separación por membranas para la purificación de gas, plantas de micro-GNL para ubicaciones remotas y créditos de carbono rastreados por blockchain para incentivar reducciones. Los gobiernos pueden imponer impuestos al quemado o prohibiciones, como se ve en el régimen de casi cero quemado de Noruega, mientras que los inversores demandan cada vez más cumplimiento con criterios ESG de las grandes petroleras.
Las asociaciones público-privadas son cruciales, particularmente en regiones propensas al quemado como Oriente Medio y África, donde las brechas de infraestructura obstaculizan el progreso. Al priorizar la utilización del gas asociado, los operadores no solo pueden mitigar el daño ambiental, sino también desbloquear nuevas fuentes de ingresos, alineando la rentabilidad con la gestión planetaria.
Hacia un Futuro sin Antorchas
Mientras el mundo enfrenta los desafíos gemelos de la seguridad energética y la mitigación climática, poner fin al quemado de gas de rutina emerge como una solución de bajo esfuerzo. Al aprovechar este recurso desperdiciado, podemos moderar las emisiones de GEI, mejorar la salud pública y estabilizar mercados volátiles, todo mientras avanzamos hacia un futuro de cero emisiones netas. El momento de actuar es ahora; el retraso solo agrava los costos para las generaciones futuras.
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