El petróleo ha sido durante más de un siglo un recurso estratégico que determina la prosperidad de naciones, el poder de corporaciones y las tensiones geopolíticas. Su propiedad —estatal, privada o mixta— nunca ha sido un tema neutral. Preguntarse de quién es el petróleo implica analizar no solo marcos legales, sino también luchas históricas, disputas económicas y la manera en que los países conciben la soberanía sobre sus recursos.
Propiedad estatal: el caso de Medio Oriente
En gran parte de Medio Oriente, el petróleo es formalmente propiedad del Estado. Arabia Saudita, a través de Saudi Aramco, controla una de las mayores reservas del planeta. Desde su nacionalización en la década de 1970, el crudo saudí ha sido una palanca de poder económico y diplomático. Kuwait, Irán e Irak siguieron trayectorias similares, consolidando empresas estatales que reflejan un principio básico: el petróleo pertenece a la nación y, por tanto, debe servir a su desarrollo.
Sin embargo, esta fórmula no ha sido exenta de contradicciones. En Irak, por ejemplo, la guerra de 2003 abrió espacio a contratos con multinacionales que reconfiguraron la soberanía sobre el petróleo. En Irán, las sanciones internacionales han limitado la capacidad del Estado de capitalizar plenamente sus recursos. El modelo estatal, si bien defiende la soberanía, queda condicionado por la política internacional y la seguridad regional.
Nacionalizaciones en América Latina: entre orgullo y tensiones
América Latina ofrece ejemplos emblemáticos de nacionalizaciones petroleras. México, con la expropiación de 1938, estableció que el petróleo pertenecía al pueblo. Durante décadas, Petróleos Mexicanos (Pemex) fue símbolo de identidad nacional. Sin embargo, la falta de inversión y la presión fiscal deterioraron su capacidad, llevando a reformas que reabrieron la puerta a empresas privadas. Hoy, la pregunta sobre de quién es el petróleo en México sigue vigente, pues el modelo mixto enfrenta debates políticos y económicos.
Venezuela también convirtió al petróleo en emblema de soberanía con la nacionalización de 1976. No obstante, la crisis de PDVSA y la caída de producción han expuesto los límites de un modelo que, en teoría, debía asegurar control nacional, pero en la práctica sufrió corrupción y desinversión. En contraste, Brasil ha transitado hacia un modelo híbrido: Petrobras mantiene liderazgo, pero se complementa con participación internacional, especialmente en el desarrollo del presal.
África: riqueza bajo presión externa
El continente africano es otro escenario clave. Nigeria, uno de los mayores productores de África, enfrenta una paradoja: su petróleo es formalmente estatal, pero en la práctica las multinacionales tienen un peso decisivo en la extracción. Shell, ExxonMobil y TotalEnergies han dominado el mercado durante décadas. Esto ha generado tensiones con comunidades locales que reclaman beneficios directos y denuncian impactos ambientales.
En Angola, el petróleo representa la columna vertebral de la economía. La empresa estatal Sonangol controla el recurso, aunque en asociación con compañías extranjeras. Este esquema de “joint ventures” refleja la dificultad de sostener la independencia total en un mercado donde la tecnología y el capital dependen de actores externos.
La visión liberal: Estados Unidos y el modelo privado
En Estados Unidos, el petróleo es en gran medida propiedad privada. Las empresas poseen derechos sobre los yacimientos, y el gobierno actúa como regulador y beneficiario de impuestos. ExxonMobil, Chevron y ConocoPhillips son símbolos de un sistema donde la iniciativa privada ha impulsado innovación y eficiencia, especialmente en el auge del shale oil.
No obstante, esta libertad también ha generado debates. Los impactos ambientales, los subsidios indirectos y las tensiones en torno a la exportación muestran que la propiedad privada no resuelve los dilemas de sostenibilidad ni de equidad social.
Perspectivas globales: entre soberanía y transición energética
Responder a la pregunta de quién es el petróleo es cada vez más complejo. La globalización de los mercados, las cadenas de suministro y la transición energética hacia fuentes limpias están transformando los términos del debate. Mientras algunos países refuerzan la idea de soberanía, otros optan por modelos mixtos o liberalizados que privilegian la inversión extranjera.
Además, la emergencia climática plantea un nuevo dilema: ¿qué significa hablar de propiedad de un recurso cuyo uso genera impactos globales? La noción de soberanía se enfrenta al reto de integrar responsabilidad ambiental y compromisos internacionales de descarbonización.
Un recurso que pertenece a todos y a nadie
El petróleo, aunque inscrito en leyes nacionales, trasciende fronteras. Los precios se definen en mercados internacionales, los flujos de inversión responden a intereses corporativos y las comunidades locales demandan un papel más justo en la distribución de beneficios. En este sentido, afirmar de quién es el petróleo no es solo cuestión de propiedad jurídica, sino de poder político, justicia social y sostenibilidad.
El futuro de la soberanía energética
El mundo se encamina hacia un escenario donde la pregunta sobre de quién es el petróleo puede perder centralidad. A medida que energías renovables, hidrógeno y nuevas tecnologías ganan espacio, el crudo dejará de ser el eje absoluto de la geopolítica. Sin embargo, durante las próximas décadas seguirá siendo un recurso estratégico que definirá la posición de los países y las luchas por la soberanía.
Entre soberanía y responsabilidad global
La cuestión de de quién es el petróleo no admite una respuesta única. En algunos países es del Estado, en otros de empresas privadas, y en muchos casos es un híbrido condicionado por la geopolítica. Lo que sí está claro es que el futuro exige redefinir esa propiedad a la luz de los desafíos climáticos y sociales. La soberanía sobre el petróleo no puede desligarse de la responsabilidad global de transitar hacia un modelo energético sostenible.
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Luz Elena González Escobar, Secretaria de Energía del Gobierno de México