En abril del presente año, la Agencia Internacional de la Energía (IEA) junto con el gobierno del Reino Unido celebraron en Londres el Summit on the Future of Energy Security, un foro de alto nivel que convocó a ministros, ejecutivos del sector energético y expertos de más de 60 países. El objetivo: reflexionar sobre los nuevos riesgos y oportunidades que enfrenta el sistema energético global.
Este evento refleja la relevancia del tema, y especialmente muestra los desafíos a los que se enfrentan las naciones para garantizar el acceso ininterrumpido, a precios asequibles, a un recurso vital para la humanidad, la energía. No quiere decir que las discusiones y los temas en el foro sean totalmente diferentes a los que se han abordado durante la crisis energética de la década de los setenta.
Por el contrario, se reafirma el poder político de la energía y el interés de controlar las fuentes y, como parte del contexto actual, la tecnología de la oferta energética; en donde el petróleo continúa siendo relevante, pero el gas y las energías renovables no convencionales tienen una fuerte participación. Todo esto empuja a discutir y plantear nuevos escenarios ante las nuevas vulnerabilidades.
Durante gran parte del siglo XX, el petróleo fue el recurso estratégico por excelencia. Dio forma a lo que muchos han llamado “la civilización del petróleo”, y la seguridad energética —entendida como acceso continuo, estable y asequible al crudo— se convirtió en eje central de políticas nacionales y globales. La crisis del petróleo de 1973, así como la creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), las nacionalizaciones del petróleo y las guerras en regiones clave marcaron hitos que llevaron a los países consumidores a replantear sus estrategias de abastecimiento.
A pesar de los avances en diversificación y eficiencia, en la actualidad nos encontramos en una multicrisis que, entre otros aspectos, contempla: la desaceleración e inestabilidad económica, eventos climáticos poco previsibles aunque cada vez más extremos y destructivos. y crisis energética.
Este contexto es el que ha dado fuerza a la transición energética; sin embargo, paralelamente ha introducido múltiples dimensiones al debate. Si bien el petróleo y el gas siguen siendo relevantes, el protagonismo de las energías renovables no convencionales y, en consecuencia, los minerales críticos —que son los recursos no renovables de las energías renovables, como litio, cobalto o tierras raras— ha crecido vertiginosamente.
En este sentido, el informe resumen del Summit pone énfasis en los desafíos emergentes, que implican no sólo la estabilidad en el suministro de combustibles fósiles, sino también la resiliencia de las cadenas de metales y componentes (minas, procesamiento, logística), la capacidad tecnológica, la diversificación de fuentes y la adaptación frente al cambio climático. En donde este último compromete la infraestructura energética, cadenas de suministro y disponibilidad hídrica, lo que pone en jaque, incluso, a países con abundancia de recursos energéticos renovables.
La abundancia energética no implica inmunidad frente al riesgo; al contrario, la multiplicidad de fuentes y la complejidad del sistema traen también nuevos vectores de fragilidad. Este nuevo panorama redefine la seguridad energética. Ya no basta con asegurar barriles de petróleo; hoy es imprescindible garantizar el acceso a recursos minerales, tecnología, financiamiento y gobernanza robusta.
Las reservas de minerales no se distribuyen uniformemente, y algunos países controlan gran parte de la cadena de valor de las renovables (por ejemplo, la participación de China en las cadenas de valor y producción de paneles solares y baterías). Esto plantea nuevas formas de dependencia y vulnerabilidad de los sistemas energéticos y ocasiona riesgos para la seguridad nacional, que, en el caso de México, no son ni serán menos importantes.
Aunque el petróleo ha sido hasta ahora el eje de la seguridad energética, su papel se reconfigura en un contexto de transición, donde emergen riesgos políticos, sociales, tecnológicos y ambientales. La seguridad energética contemporánea ya no puede medirse sólo en barriles, sino que debe incluir criterios de:
- Sostenibilidad ambiental, compatible con los límites planetarios.
- Resiliencia climática frente a eventos extremos cada vez más frecuentes.
- Equidad social y territorial, que garantice acceso justo a la energía.
- Soberanía tecnológica, que evite nuevas dependencias.
A las puertas de la COP30, el mundo necesita un nuevo pacto energético que combine abundancia con responsabilidad, tecnología con justicia, y transición con equidad. La seguridad energética dependerá de la capacidad para imaginar un modelo energético, que no sólo garantice el suministro, sino también la sostenibilidad de la vida en el planeta.