La guerra en Ucrania y la urgencia climática han desencadenado un rediseño del orden energético global. En este nuevo tablero geopolítico, marcado por la búsqueda de independencia energética, la electrificación y la carrera por minerales críticos, América Latina parece estar en una encrucijada: ¿capitalizará su riqueza en hidrocarburos, renovables y recursos estratégicos, o quedará relegada en un escenario liderado por potencias ya consolidadas?
Un continente con abundancia, pero sin cohesión estratégica
América Latina alberga vastos recursos que la posicionan como actor clave en la transición energética: el 20% de la capacidad hidroeléctrica global, algunas de las mayores reservas de litio (Argentina, Bolivia y Chile), y una infraestructura petrolera todavía relevante, especialmente en Brasil, México, Colombia y Venezuela.
Sin embargo, el aprovechamiento de estas ventajas ha sido fragmentado y, en muchos casos, reactivo. Mientras Brasil avanza en eólica marina y presal offshore, México reduce incentivos a renovables; Argentina desarrolla Vaca Muerta con apoyo internacional, pero Bolivia enfrenta cuellos de botella en la industrialización del litio. La región carece de una hoja de ruta compartida, como sí lo hacen Europa (REPowerEU) o Asia Oriental con sus estrategias coordinadas de hidrógeno y almacenamiento energético.
El impacto del nuevo orden energético: riesgos y oportunidades
La transición energética no es solo técnica o ambiental: es profundamente geopolítica. Europa busca independizarse del gas ruso; China lidera las cadenas de suministro de paneles solares, baterías y tierras raras; y EE. UU. despliega políticas industriales como el Inflation Reduction Act para relocalizar producción limpia.
En este contexto, América Latina se perfila como proveedor de recursos esenciales, pero con riesgo de repetir la historia del extractivismo sin desarrollo local. Países como Chile y Perú enfrentan tensiones sociales por proyectos mineros, mientras que otros, como Colombia, debaten entre explotar sus reservas fósiles o comprometerse con una descarbonización acelerada.
Además, el continente se ve afectado por la fragmentación de las cadenas logísticas y la reconfiguración de alianzas energéticas. Si no hay una estrategia común, los países latinoamericanos podrían competir entre sí en lugar de cooperar, debilitando su posición en los foros globales como la OPEP+, o el G20.
¿Qué se necesita para que la región no quede al margen?
Varios países han comenzado a moverse en la dirección correcta. Chile busca liderar la producción de hidrógeno verde. Brasil, bajo la presidencia de Lula da Silva, retoma su rol diplomático en temas climáticos y energéticos. Colombia plantea un modelo de transición justa. México, aunque con tensiones internas, continúa siendo un jugador petrolero de peso y podría convertirse en puente energético con EE. UU.
Sin embargo, estos esfuerzos aislados no bastan. Se requiere una integración energética regional que priorice infraestructura compartida, investigación conjunta y mecanismos financieros comunes. Iniciativas como el SIEPAC (Sistema de Interconexión Eléctrica de América Central) o el Consorcio del Litio podrían escalarse para generar bloques de poder frente a actores globales.
Además, urge desarrollar capacidades industriales y tecnológicas. Exportar litio o petróleo sin valor agregado perpetúa la dependencia. Apostar por cadenas de valor completas —desde refinación hasta fabricación de baterías o electrolizadores— generaría empleo, transferencia tecnológica y soberanía energética.
Recuperar protagonismo energético desde América Latina
El nuevo orden energético global no esperará a América Latina. Si la región no define una visión común, corre el riesgo de ser tratada solo como fuente de materias primas en lugar de actor decisor.
Más allá de la abundancia en recursos, lo que definirá su papel será la capacidad de traducir esos activos en poder negociador, innovación tecnológica y bienestar para sus ciudadanos. La energía, hoy más que nunca, es geopolítica. América Latina puede y debe reclamar su lugar en esta transformación.
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