En un momento en que la transición energética se vuelve urgente y el acceso equitativo a energías limpias es aún limitado, las comunidades solares emergen como una solución transformadora. Este modelo de energía compartida permite a hogares y negocios beneficiarse de la energía solar sin instalar paneles propios. Con cooperativas energéticas y parques solares colectivos, la revolución energética ya no depende del techo de cada quien.
Una idea poderosa: compartir el sol
El concepto de comunidad solar nace de la necesidad de democratizar el acceso a energías renovables. En lugar de que cada hogar instale su propio sistema fotovoltaico —lo cual implica inversión, espacio y mantenimiento—, se construyen instalaciones solares centralizadas que abastecen a varios participantes mediante acuerdos de distribución y compensación energética.
Este sistema es ideal para inquilinos, edificios de departamentos, hogares sin techo solar apto, o comunidades rurales. Según datos de la Solar Energy Industries Association (SEIA), en Estados Unidos más del 50% de la población no puede acceder directamente a la energía solar en su hogar. Las comunidades solares son una solución creciente frente a esa barrera.
En países como Alemania, Dinamarca o Canadá, este modelo se ha expandido con fuerza desde 2015, con más de 3,5 GW instalados bajo esquemas de energía compartida. En América Latina, aunque aún incipiente, ya hay ejemplos relevantes en México, Chile y Colombia.
¿Cómo funciona una comunidad solar?
El funcionamiento se basa en la participación colectiva. Una comunidad solar construye un parque de paneles solares (en techos, terrenos públicos o predios comunales) y los usuarios se suscriben o invierten en una parte de esa generación. La electricidad generada se vierte a la red eléctrica y los participantes reciben créditos o descuentos en su factura según su porcentaje de participación.
En algunos modelos, como las cooperativas energéticas, los usuarios son también copropietarios de la instalación. Esto otorga poder de decisión, control sobre tarifas y un sentido de pertenencia energética.
Las figuras jurídicas varían: pueden ser asociaciones civiles, cooperativas formales o acuerdos privados respaldados por normativas regulatorias locales. Lo esencial es que el beneficio de la energía limpia se reparte entre quienes no podrían acceder de otro modo.
En México, por ejemplo, la empresa social Iluméxico ha implementado proyectos piloto en comunidades rurales, mientras que en Yucatán, una cooperativa solar iniciada en 2023 busca abastecer a más de 300 hogares con energía compartida para 2026.
Impacto social, económico y climático
El potencial transformador de las comunidades solares va más allá del acceso a electricidad. Tiene un impacto directo en la reducción de emisiones, la justicia energética y el desarrollo local.
Desde una perspectiva social, permite que personas de bajos ingresos, comunidades indígenas o zonas marginadas participen activamente en la transición energética. Según IRENA, las comunidades solares pueden reducir entre 10 y 30% el costo promedio de la energía para los usuarios.
En términos económicos, fortalecen economías locales al mantener la inversión dentro de la comunidad, generar empleos en instalación y operación, y reducir la dependencia de proveedores externos o tarifas volátiles.
Desde el punto de vista climático, los sistemas compartidos permiten una planificación más eficiente del recurso solar, evitan duplicaciones técnicas, y optimizan el uso del suelo y la infraestructura existente.
Además, fomentan la cultura energética colectiva: se pasa del consumidor pasivo al prosumidor consciente y participativo.
Barreras y desafíos por superar
Pese a sus ventajas, las comunidades solares enfrentan obstáculos. Uno de los principales es la falta de marcos regulatorios claros. En muchos países latinoamericanos no existen leyes específicas que permitan compartir energía entre usuarios individuales mediante la red.
Otro desafío es el financiamiento inicial. Aunque el modelo es más económico que instalar sistemas individuales, aún requiere inversión inicial, diseño técnico y gestión comunitaria.
También existe una brecha informativa: muchas personas desconocen que pueden acceder a energía solar sin tener paneles en casa. Esto limita la adopción del modelo.
Finalmente, el éxito depende de la confianza y la organización social. Una comunidad solar es, en esencia, una apuesta colectiva que requiere cohesión, liderazgo y acuerdos sostenibles a largo plazo.
La energía del futuro será colectiva
Las comunidades solares no solo ofrecen acceso a energía limpia; también redefinen la manera en que la sociedad se relaciona con los recursos. Frente a un futuro donde el cambio climático, la urbanización y la inequidad energética serán retos persistentes, modelos como este ofrecen soluciones integrales, viables y replicables.
En lugar de preguntarnos “¿puedo instalar paneles en casa?”, el nuevo paradigma propone una visión más amplia: “¿cómo podemos producir y compartir energía como comunidad?”.
Este enfoque abre las puertas a una transición energética más inclusiva, resiliente y justa. Las comunidades solares no son solo una alternativa técnica: son una transformación cultural.
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