El desplazamiento de las rutas del petróleo hacia los minerales críticos
Durante más de un siglo, las rutas del petróleo definieron la geopolítica global, condicionando guerras, alianzas y flujos de capital. Sin embargo, la transición hacia una economía baja en carbono ha comenzado a redefinir esas rutas. El litio y el cobalto —minerales esenciales para baterías de vehículos eléctricos y sistemas de almacenamiento— han desplazado progresivamente al crudo como ejes estratégicos. Pero esta transformación, celebrada como limpia y sostenible, arrastra consigo profundas contradicciones sociales y ambientales que merecen un análisis riguroso.
Litio y cobalto: nuevas joyas de la transición energética
El litio, abundante en el Triángulo del Litio (Argentina, Bolivia y Chile), y el cobalto, concentrado en la República Democrática del Congo (RDC), son recursos fundamentales para la descarbonización. La Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés) estima que la demanda global de litio se multiplicará por 40 para 2040, mientras que la del cobalto crecerá al menos siete veces.
Este auge ha generado nuevas rutas del petróleo —aunque invisibles— que atraviesan regiones ricas en minerales pero vulnerables en gobernanza y justicia socioambiental. Los corredores mineros del altiplano sudamericano y los flujos logísticos desde África Central hacia refinerías asiáticas reflejan una nueva red de dependencia que desafía los ideales de sostenibilidad.
Impactos sociales: trabajo forzado y derechos indígenas
Uno de los aspectos más preocupantes de estas nuevas cadenas de suministro es la persistencia de violaciones a los derechos humanos. En la RDC, UNICEF y Amnistía Internacional han documentado desde 2016 el uso sistemático de trabajo infantil en la extracción artesanal de cobalto. A pesar de las promesas de trazabilidad, se estima que cerca del 20% del cobalto congoleño procede de fuentes informales difíciles de auditar.
En América Latina, la expansión del extractivismo de litio ha generado tensiones con comunidades indígenas que denuncian la degradación de sus territorios ancestrales. En Chile, el Salar de Atacama —donde opera SQM, uno de los mayores productores globales— ha sido objeto de controversias por el uso intensivo de agua en una de las zonas más áridas del planeta. En 2021, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos advirtió sobre la falta de consulta previa a las comunidades indígenas atacameñas, vulnerando el Convenio 169 de la OIT.
Impactos ambientales: desertificación, pérdida de biodiversidad y uso hídrico
Aunque los vehículos eléctricos no emiten carbono durante su uso, la extracción de los minerales que los alimentan tiene una huella ecológica considerable. En el caso del litio, el método predominante en Sudamérica —la evaporación de salmueras— implica la extracción de millones de litros de agua subterránea, afectando ecosistemas frágiles y causando salinización de acuíferos.
En la RDC, la minería de cobalto a cielo abierto ha generado deforestación, contaminación de ríos y destrucción de hábitats en zonas de alta biodiversidad. A pesar de las certificaciones como la «Cobalt Refinery Supply Chain Due Diligence Standard» promovida por la RMI (Responsible Minerals Initiative), la aplicación efectiva en terreno sigue siendo débil.
¿Justicia en las cadenas limpias?: un estándar aún inalcanzable
La promesa de una cadena de suministro limpia, ética y sostenible está lejos de concretarse. La mayor parte de la trazabilidad depende de compromisos voluntarios de grandes tecnológicas —como Apple o Tesla— que, aunque han hecho avances, no logran transformar la estructura extractiva subyacente. En 2022, la empresa Benchmark Mineral Intelligence advirtió que más del 60% del procesamiento global de litio y cobalto sigue concentrado en China, donde los controles ambientales y laborales son opacos.
Frente a este escenario, organismos como la OCDE y la Unión Europea han promovido estándares de diligencia debida obligatoria, incluyendo la Ley de Materias Primas Críticas (2023), que busca reducir las importaciones de minerales de origen no ético. Sin embargo, los mecanismos de verificación aún enfrentan grandes desafíos operativos.
Entre el petróleo y los minerales: geopolítica de una transición ambigua
La idea de abandonar las rutas del petróleo para avanzar hacia una matriz energética limpia está en el centro del discurso climático. Pero la realidad muestra que no se trata de una sustitución directa, sino de una reconfiguración de dependencias. Las rutas actuales del litio y el cobalto están igualmente marcadas por asimetrías de poder, desigualdad y externalidades negativas que trasladan el costo ambiental y social al Sur Global.
Actores como Estados Unidos, China y la Unión Europea han comenzado una carrera por asegurar acceso estratégico a estos recursos. El “Inflation Reduction Act” de EE. UU., por ejemplo, ofrece incentivos para el uso de minerales de socios comerciales confiables, excluyendo a países como la RDC o a empresas con vínculos con Beijing. Así, la política climática se convierte también en una herramienta de contención geoeconómica.
Un nuevo mapa para los viajeros del poder
Comprender las rutas del litio y el cobalto es tan crucial hoy como lo fue entender las rutas del petróleo en el siglo XX. No solo por su relevancia para la movilidad eléctrica o las tecnologías limpias, sino porque en ellas se juega la justicia de la transición energética. Un viajero curioso, consciente del trasfondo geopolítico y humano de estas rutas, puede ver más allá del discurso verde y explorar los márgenes ocultos de una transformación que aún está lejos de ser equitativa.
Las verdaderas rutas del futuro no solo conectan minerales con fábricas, sino decisiones éticas con consecuencias planetarias. Desde los salares andinos hasta las minas del África central, el mapa energético del siglo XXI exige algo más que eficiencia: exige responsabilidad.
Te invito a leer:
Inteligencia Artificial en la Industria Energética: Impulsando la Eficiencia y la Sostenibilidad