La participación de México en la OPEP+ representa uno de los equilibrios diplomáticos más complejos de su política energética contemporánea. Desde su incorporación a los acuerdos de recorte en 2016, el país ha optado por una posición pragmática: colabora, pero no se subordina. En momentos clave, como en la crisis de precios de 2020, México ha desafiado el consenso del grupo. Esta tensión plantea una pregunta esencial: ¿es México un aliado estratégico dentro de la OPEP+ o un actor que busca preservar su autonomía por encima de la disciplina colectiva?
Una historia de cooperación selectiva
La Organización de Países Exportadores de Petróleo y sus aliados (OPEP+) se consolidó como un mecanismo esencial para estabilizar los precios del crudo tras el desplome de 2014. México fue invitado a participar en calidad de no miembro, con voz, pero sin voto pleno.
Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, el país comenzó a colaborar activamente con el grupo, aunque siempre de manera limitada. Sin embargo, fue en abril de 2020, durante el punto más crítico de la pandemia, cuando la postura mexicana cobró relevancia mundial. La OPEP+ exigía un recorte de 400 mil barriles diarios, pero México —entonces representado por la secretaria de Energía, Rocío Nahle— solo aceptó una reducción de 100 mil barriles. El desacuerdo provocó tensiones con Arabia Saudita y Rusia, los pesos pesados del cartel.
Pese a las presiones, México sostuvo su decisión, respaldado por el entonces presidente Donald Trump, quien prometió compensar la diferencia con una reducción adicional de Estados Unidos. Este episodio consolidó la reputación de México como un colaborador renuente, pero necesario.
Implicaciones económicas y soberanía energética
La posición mexicana obedece a un principio rector: no comprometer su producción en aras de decisiones multilaterales que no siempre responden a su contexto interno. Bajo la administración de Andrés Manuel López Obrador, la política energética nacional ha estado marcada por el objetivo de lograr la autosuficiencia en combustibles y maximizar el uso del crudo extraído, especialmente por Pemex, para refinería nacional.
Esto ha llevado a que México, a diferencia de Arabia Saudita o los Emiratos Árabes Unidos, no utilice su capacidad de producción como palanca geopolítica, sino como instrumento de desarrollo interno. Además, la limitada capacidad de producción —rondando los 1.6 millones de barriles diarios en 2025— reduce su margen de maniobra dentro del cartel.
Económicamente, México ha encontrado beneficios en la estabilidad de precios que la OPEP+ promueve, pero también riesgos. Recortes forzosos afectarían sus ingresos fiscales, que aún dependen significativamente del petróleo, y limitarían su política de recuperación económica post-pandemia.
México frente al futuro del cartel: ¿más integración o mayor autonomía?
México enfrenta un dilema estratégico: seguir participando en la OPEP+ para influir marginalmente en las decisiones globales, o tomar mayor distancia para reforzar su autonomía. Con la transición energética en marcha, la OPEP+ también se enfrenta a su propia redefinición: pasar de ser un cartel productor a una plataforma de cooperación energética más amplia.
En este contexto, México podría jugar un papel de mediador entre países productores tradicionales y naciones en vías de diversificación energética. Su experiencia en producción convencional y su creciente interés en renovables lo colocan en una posición híbrida.
Además, el país podría utilizar su rol como observador activo para impulsar discusiones sobre sostenibilidad, seguridad energética y mecanismos de estabilidad que no dependan exclusivamente del precio del barril. Sin embargo, esto requeriría mayor profesionalización diplomática y coherencia entre su política energética interna y su discurso internacional.
Un equilibrio estratégico que necesita redefinirse
El papel de México en la OPEP+ sigue siendo el de un actor con voz crítica, pero sin intención de ruptura. Si bien ha logrado proteger su soberanía de producción, también ha desaprovechado oportunidades de liderazgo regional dentro del grupo. La elección de mantenerse en los márgenes del cartel ha permitido preservar su independencia, pero también lo ha dejado sin aliados fuertes cuando los precios internacionales amenazan su balanza fiscal.
En un mundo en transición energética, México deberá decidir si desea ser un mero observador en los grandes pactos globales o un negociador con peso específico. Su futuro en la OPEP+ dependerá menos de su volumen de producción y más de su capacidad para articular una política energética integral, que conjugue intereses internos con liderazgo internacional.
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