El petróleo como instrumento de poder: el inicio de una nueva era energética
La historia del petróleo está marcada por su doble naturaleza: como recurso energético esencial y como instrumento de poder geopolítico. Esta condición quedó al descubierto en octubre de 1973, cuando los países árabes miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) decidieron usar el crudo como arma política en represalia por el apoyo de Occidente a Israel durante la guerra del Yom Kippur. El embargo petrolero no solo provocó una crisis económica global sin precedentes, sino que cambió para siempre la relación entre energía, política y soberanía.
En cuestión de semanas, el precio del petróleo se cuadruplicó, colapsando las economías de muchas naciones desarrolladas e infligiendo daños duraderos a los países del Tercer Mundo. Este momento marcó el inicio de una carrera por diversificar fuentes energéticas y reducir la dependencia de Medio Oriente, con implicaciones que siguen vigentes medio siglo después. ¿Cómo se transformó el mundo a partir de esta crisis?
La guerra del Yom Kippur y el embargo petrolero de 1973
El 6 de octubre de 1973, Egipto y Siria lanzaron una ofensiva sorpresa contra Israel en el día más sagrado del calendario judío, el Yom Kippur. Lo que comenzó como un conflicto militar se convirtió pronto en una crisis energética global. En respuesta al apoyo militar de Estados Unidos y varios países europeos a Israel, los miembros árabes de la OPEP, liderados por Arabia Saudita, impusieron un embargo de petróleo contra los aliados occidentales de Israel.
La OPEP recortó su producción y dejó de exportar crudo a Estados Unidos, Países Bajos, Japón y otros países, provocando una escasez inmediata en los mercados. El precio del barril pasó de 3 a casi 12 dólares en menos de seis meses, generando inflación, desempleo y recesión en gran parte del mundo industrializado. Este episodio demostró el uso explícito del petróleo como arma geopolítica.
La respuesta de Occidente: diversificación energética y nuevas exploraciones
La brutal sacudida de 1973 obligó a los países occidentales a repensar su política energética. Estados Unidos, por ejemplo, impulsó la exploración de yacimientos petroleros en Alaska, particularmente en el North Slope, y aprobó la construcción del oleoducto Trans-Alaska (TAPS), operativo desde 1977. Europa hizo lo propio en el Mar del Norte, donde Reino Unido y Noruega comenzaron una explotación intensiva de nuevos pozos en condiciones técnicas complejas.
Paralelamente, en 1974 se creó la Agencia Internacional de Energía (IEA) con sede en París, con el objetivo de coordinar políticas entre países consumidores y mejorar la seguridad energética global. También se promovió el desarrollo de reservas estratégicas de petróleo para prevenir futuras crisis.
El impacto fue profundo: hacia finales de la década de 1970, Estados Unidos redujo significativamente su dependencia del petróleo árabe, mientras que Europa aumentó su producción local. Sin embargo, esta transición no fue uniforme ni equitativa en todos los países.
Auge de la energía nuclear y fuentes alternativas
Uno de los efectos colaterales más notables de la crisis fue el impulso sin precedentes al desarrollo de energía nuclear. Francia, por ejemplo, lanzó un ambicioso programa nuclear que hoy la posiciona como uno de los países con mayor proporción de electricidad proveniente de reactores atómicos (alrededor del 70 % en 2025). Alemania, Japón y Estados Unidos también invirtieron en nuevos reactores durante los años siguientes.
La energía eólica y solar, aún incipientes en los años setenta, comenzaron a recibir atención como opciones a largo plazo. Si bien no fueron alternativas inmediatas, la semilla quedó plantada, dando origen a un movimiento tecnológico que, décadas después, se consolidaría con fuerza. Así, la crisis del 73 sembró las bases de una diversificación energética global que aún se encuentra en evolución.
Consecuencias económicas y sociales en el mundo en desarrollo
Mientras las economías avanzadas tomaban medidas para mitigar los efectos del embargo, los países del Tercer Mundo sufrieron un doble golpe: inflación importada por el aumento de los precios del petróleo y el encarecimiento de los bienes manufacturados. Muchos de ellos, altamente dependientes de la ayuda exterior y de importaciones energéticas, se vieron obligados a endeudarse.
Según datos del Banco Mundial, la deuda externa de los países en desarrollo pasó de 75 mil millones de dólares en 1970 a más de 600 mil millones en 1980, lo que dio inicio a una crisis de deuda que se extendió durante las décadas siguientes. Así, el petróleo como arma no solo afectó a las potencias, sino que tuvo consecuencias devastadoras para las economías más vulnerables, ampliando la brecha entre el Norte y el Sur global.
Lecciones y desafíos actuales en torno al petróleo como herramienta política
La crisis de 1973 dejó lecciones que siguen vigentes en un contexto marcado por nuevas tensiones geopolíticas, desde la guerra en Ucrania hasta los conflictos en el mar de China Meridional. Aunque el mundo ha avanzado hacia una matriz energética más diversificada, el petróleo sigue siendo un recurso estratégico sujeto a manipulaciones políticas y conflictos regionales.
El concepto de seguridad energética, nacido tras el embargo árabe, ha evolucionado para incluir también la resiliencia frente al cambio climático y la transición hacia energías limpias. Sin embargo, la dependencia de los combustibles fósiles no ha desaparecido. Países como China e India siguen aumentando su consumo petrolero, mientras que los productores del Golfo Pérsico mantienen una influencia decisiva en los mercados globales.
Un legado de dependencia, innovación y desigualdad
El uso del petróleo como arma en 1973 fue un parteaguas que reveló el poder económico de los países productores y la vulnerabilidad de las naciones consumidoras. A raíz de esa crisis, se aceleró la exploración de nuevos recursos, el desarrollo de la energía nuclear y la inversión en alternativas renovables. Pero también se consolidaron desequilibrios globales que afectaron de forma desproporcionada a los países más pobres.
A medio siglo de distancia, las preguntas que surgieron entonces siguen siendo relevantes: ¿es posible una independencia energética real? ¿Hasta qué punto las fuentes fósiles seguirán determinando el curso de la política internacional? La historia reciente demuestra que el petróleo, más allá de ser un recurso, sigue siendo un instrumento de poder, influencia y conflicto.
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