El petróleo en alimentos: lo que no sabías sobre lo que comes

Lo que consumes a diario puede tener más relación con los combustibles fósiles de lo que imaginas. Colorantes artificiales, empaques plásticos y ciertos aditivos alimentarios derivan del petróleo. Una mirada crítica a lo que comes.

Hace 7 horas
COMPARTIR
Depositphotos
Depositphotos

Colorantes artificiales: del crudo al plato

Uno de los componentes más omnipresentes —y desconocidos— en nuestra alimentación diaria son los colorantes artificiales, muchos de los cuales se derivan directamente del petróleo. En la búsqueda por hacer los productos más atractivos, la industria alimentaria recurre a pigmentos sintéticos que otorgan tonos vibrantes a golosinas, refrescos, cereales, yogures y postres industriales.

Entre los más comunes destacan el rojo allura (Red 40), amarillo crepúsculo (Yellow 6) y azul brillante (Blue 1), todos sintetizados a partir de compuestos petroquímicos como el benceno o el tolueno. En EE. UU., la FDA los clasifica como “seguros para el consumo”, pero investigaciones recientes cuestionan su inocuidad, especialmente en poblaciones infantiles. Un informe del Center for Science in the Public Interest (CSPI) publicado en 2021 alertó sobre posibles vínculos con hiperactividad y trastornos de comportamiento.

En Europa, la normativa es más estricta: desde 2010, la Unión Europea exige advertencias en las etiquetas de productos con estos colorantes, y en algunos países escandinavos están prohibidos. La evidencia no es concluyente, pero la discusión permanece abierta.

Empaques plásticos y migración química

Otra vía en la que el petróleo entra en contacto con los alimentos es a través de sus envases. Casi todos los empaques plásticos —botellas de PET, bandejas de poliestireno, tapas de polipropileno— provienen de polímeros derivados del petróleo. Aunque estos materiales cumplen con estándares sanitarios, investigaciones científicas han demostrado que ciertos compuestos pueden migrar al alimento, sobre todo en condiciones de calor o larga exposición.

Un estudio publicado por Environmental Health Perspectives en 2022 reveló que más del 70% de los envases plásticos analizados liberaban trazas de sustancias químicas con actividad estrogénica, incluso aquellos etiquetados como “libres de BPA”. Estos disruptores endocrinos pueden afectar el sistema hormonal humano, especialmente en etapas de desarrollo.

La industria ha comenzado a buscar alternativas más seguras y biodegradables, como los bioplásticos, pero su adopción masiva aún está lejos de materializarse. El problema de fondo persiste: la omnipresencia del petróleo como materia prima en la infraestructura alimentaria moderna.

Depositphotos
Depositphotos

Aditivos y conservadores derivados del crudo

Más allá del color y el empaque, también encontramos derivados del petróleo en conservadores, espesantes, estabilizantes y otros aditivos que modifican la textura, sabor y vida útil de los productos procesados. Algunos ejemplos:

  • Propilenglicol (E1520): utilizado como humectante en productos de panadería y bebidas. Se deriva del gas natural y petróleo.
  • Butilhidroxitolueno (BHT) y BHA: antioxidantes que previenen la rancidez en aceites y snacks, con origen petroquímico.
  • Glicerina industrial: presente en dulces, chicles y coberturas, proviene de procesos de refinamiento de hidrocarburos.

Si bien la legislación alimentaria permite su uso en cantidades controladas, su acumulación en dietas ultraprocesadas despierta preocupación entre expertos en salud pública. Un informe de The Lancet (2023) destacó que el exceso de aditivos industriales puede alterar la microbiota intestinal y generar respuestas inflamatorias.

¿Es posible evitar el petróleo en tu dieta?

Reducir la exposición a derivados del petróleo en la alimentación cotidiana es posible, aunque no del todo sencillo. Requiere cambios conscientes en el tipo de productos que se consumen y una lectura crítica del etiquetado. Aquí algunas recomendaciones prácticas:

  • Preferir alimentos frescos o mínimamente procesados, como frutas, verduras, legumbres y granos integrales.
  • Evitar productos con listas extensas de ingredientes, especialmente si contienen nombres difíciles de pronunciar.
  • Seleccionar envases de vidrio o cartón recubierto, en lugar de plásticos de un solo uso.
  • Optar por alimentos orgánicos certificados, que suelen limitar el uso de aditivos artificiales.

La transparencia en la industria alimentaria sigue siendo un reto. Mientras tanto, los consumidores pueden ejercer presión a través de sus decisiones de compra y exigir mayor regulación y trazabilidad sobre los compuestos que terminan en sus platos.

Lo que comes también es petróleo: repensar el menú moderno

Lo que parecía una simple galleta de colores o una bebida embotellada encierra una compleja red de procesos industriales que conectan los campos petroleros con la mesa. El petróleo en alimentos no es una metáfora: está presente, aunque diluido, en buena parte del sistema alimentario global. Su rol como insumo petroquímico plantea interrogantes no solo sanitarios, sino también éticos y ambientales.

En un momento donde la sostenibilidad y la salud son prioridades crecientes, repensar lo que comemos implica también examinar cómo se produce, qué materiales intervienen y qué consecuencias tienen en el cuerpo y el planeta. El camino hacia una alimentación más limpia y segura pasa por la información. Y por decisiones cotidianas mejor informadas.

Te invito a leer:

Litio, el metal de la revolución energética y digital