La exploración en aguas profundas en el Golfo de México ha resurgido como una prioridad estratégica para los gobiernos y las grandes petroleras. Frente al estancamiento de yacimientos maduros en tierra y aguas someras, las operaciones en el cinturón profundo del Golfo abren una nueva ventana para sostener la producción regional, atraer capital extranjero y avanzar hacia una mayor seguridad energética.
Con más de 100 bloques adjudicados en rondas previas y un inventario estimado de hasta 30 mil millones de barriles equivalentes de petróleo (BEP), esta región representa uno de los últimos grandes territorios fronterizos para la industria offshore en América Latina.
Auge de proyectos y recuperación del ritmo exploratorio
En los últimos años, empresas como Shell, Chevron, TotalEnergies, Eni y BHP han redoblado sus apuestas en el Golfo de México, impulsadas por mejoras tecnológicas, precios favorables del crudo y condiciones contractuales estables. En el lado estadounidense, la producción en aguas ultraprofundas ya representa más del 90% del petróleo extraído en el Golfo, mientras que en México el panorama evoluciona con mayor cautela, pero con señales de dinamismo.
Campo Zama, operado por Talos Energy en consorcio con Pemex, es uno de los proyectos emblemáticos. Se estima que contiene más de 700 millones de barriles de petróleo recuperable y que podría comenzar producción hacia 2026. Otro caso relevante es el Bloque 29, adjudicado a Repsol y PC Carigali, donde se han realizado descubrimientos con potencial comercial.
En total, la Comisión Nacional de Hidrocarburos (CNH) estima que al menos 16 proyectos exploratorios en aguas profundas están activos en México, muchos de ellos aún en fase de evaluación técnica o perforación inicial. La inversión comprometida supera los 12 mil millones de dólares, según reportes de la propia CNH (corte 2024).
Desafíos técnicos, regulatorios y financieros
La exploración en aguas profundas no está exenta de retos. Se trata de una operación con riesgos geológicos, logísticos y financieros elevados. Las plataformas de perforación de sexta y séptima generación cuestan más de 500 mil dólares diarios en operación, y cada pozo puede implicar inversiones de hasta 200 millones de dólares.
Además, el ciclo completo desde la adjudicación hasta la primera producción puede demorar entre 7 y 10 años. Esto exige condiciones regulatorias estables, certidumbre jurídica y una visión de largo plazo que permita amortiguar los riesgos inherentes.
En el caso mexicano, si bien los contratos existentes siguen vigentes, la ausencia de nuevas rondas desde 2018 y las señales mixtas sobre apertura energética han generado cautela entre algunos inversionistas. Aun así, los contratos actuales —principalmente de licencia o producción compartida— mantienen incentivos para la inversión en aguas profundas, gracias a mecanismos fiscales flexibles y tasas de recuperación escalables.
Perspectivas y oportunidades para el desarrollo regional
La clave para aprovechar el potencial de la exploración en aguas profundas radica en construir un ecosistema técnico, logístico y financiero que respalde estas operaciones de manera sostenible. Esto incluye desde la infraestructura portuaria en Tuxpan, Dos Bocas o Tampico, hasta una red de proveedores locales con capacidades competitivas en ingeniería submarina, servicios sísmicos y mantenimiento offshore.
Otra oportunidad reside en la articulación con iniciativas regionales de descarbonización. Muchas petroleras que operan en el Golfo han asumido compromisos para reducir emisiones mediante tecnologías como inyección de CO₂, captura de metano o electrificación de plataformas. Si estas soluciones se integran desde el diseño de los campos, pueden convertir al Golfo de México en una vitrina de producción eficiente y sostenible.
Además, el potencial geológico aún es vasto. Según estimaciones del Servicio Geológico de EE.UU. (USGS), el Golfo podría contener hasta 40 mil millones de barriles adicionales en áreas no exploradas, tanto en aguas profundas como ultraprofundas. México, con más de 500 mil kilómetros cuadrados de plataforma continental, solo ha explorado una fracción.
El momento estratégico del Golfo
La exploración en aguas profundas no solo representa una oportunidad energética, sino también una apuesta geopolítica. En un contexto global marcado por tensiones en Medio Oriente, restricciones a Rusia y nuevas normas ambientales, los países con capacidad de producción estable, responsable y en expansión ganarán peso en el mercado energético internacional.
México y Estados Unidos tienen en el Golfo una ventaja comparativa clave: acceso a infraestructura integrada, cercanía a los grandes centros de consumo y experiencia técnica acumulada. Si ambos países logran coordinar políticas, atraer capital y preservar la estabilidad regulatoria, podrían convertir al Golfo de México en el nuevo pilar de abastecimiento occidental para la próxima década.
Un nuevo horizonte energético exige visión de largo plazo
El potencial de la exploración en aguas profundas en el Golfo de México no debe medirse únicamente en barriles, sino en su capacidad para revitalizar cadenas productivas, generar empleo calificado y fortalecer la autonomía energética. Pero aprovecharlo requiere decisiones estratégicas: mantener el rumbo de los contratos actuales, reiniciar las rondas de licitación con enfoque técnico, e impulsar infraestructura y formación de talento.
Dejar pasar esta ventana significaría renunciar a una de las últimas grandes fronteras de hidrocarburos del continente. El momento de actuar es ahora.
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