La ruta andina del crudo ecuatoriano: entre oleoductos, selva y exportación

La ruta andina del crudo ecuatoriano entrelaza selva y exportación. A través del SOTE y el OCP, el petróleo fluye desde la Amazonía hasta Esmeraldas, sosteniendo la economía nacional.

Hace 18 horas
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La ruta andina del crudo ecuatoriano: entre oleoductos, selva y exportación

Desde la selva amazónica hasta el puerto de Esmeraldas, el petróleo ecuatoriano recorre una de las rutas más complejas y simbólicas de América Latina. La ruta andina del crudo ecuatoriano no solo transporta millones de barriles de hidrocarburos, sino que atraviesa regiones de alta biodiversidad, zonas volcánicas y comunidades indígenas. En este entramado energético, el Sistema de Oleoducto Transecuatoriano (SOTE) y el Oleoducto de Crudos Pesados (OCP) son los protagonistas de una infraestructura que define buena parte del PIB del país.

El corazón logístico del petróleo ecuatoriano: SOTE y OCP

Ecuador produce cerca de 480,000 barriles diarios de petróleo (datos oficiales hasta mayo de 2025), de los cuales más del 80% se extrae en la región amazónica, particularmente en las provincias de Sucumbíos y Orellana. Desde ahí, el desafío logístico comienza.

El SOTE, inaugurado en 1972, es la columna vertebral de la exportación petrolera ecuatoriana. Con una extensión de 503 kilómetros, conecta los campos amazónicos con la terminal marítima de Balao, en Esmeraldas. Puede transportar 360,000 barriles diarios, aunque su capacidad máxima no siempre se utiliza por completo debido a factores técnicos y de producción.

Por otro lado, el OCP —en operación desde 2003— fue construido para manejar el crudo pesado que el SOTE no podía transportar de forma eficiente. Con 485 kilómetros de longitud y una capacidad de 450,000 barriles diarios, el OCP representa una ruta alterna, privatizada y diseñada para atraer inversión extranjera. Ambos ductos cruzan la cordillera de los Andes, ascendiendo más de 4,000 metros sobre el nivel del mar antes de descender hacia el Pacífico.

Riesgos, impactos y tensiones socioambientales

Más allá de su papel económico, la ruta andina del crudo ecuatoriano ha sido foco de tensiones sociales, controversias ambientales y desafíos operativos. El paso de estos oleoductos por zonas de alta fragilidad geológica y ecológica ha generado más de un centenar de incidentes en las últimas dos décadas, incluidos derrames y rupturas por deslizamientos.

Uno de los episodios más significativos ocurrió en abril de 2020, cuando un deslizamiento de tierra en el sector de San Rafael provocó el colapso simultáneo del SOTE, el OCP y el poliducto estatal, derramando cerca de 15,000 barriles de crudo en los ríos Coca y Napo, afectando a comunidades indígenas y contaminando fuentes de agua. A pesar de los esfuerzos por contener el daño, el incidente dejó al descubierto la vulnerabilidad del sistema.

Además, diversas organizaciones sociales y ambientalistas han cuestionado el modelo extractivo de Ecuador, señalando que el crudo transita por territorios indígenas sin un consentimiento plenamente informado. En 2023, la consulta popular del Yasuní reflejó un rechazo ciudadano a seguir expandiendo la frontera petrolera, aunque los oleoductos existentes siguen operando a plena capacidad.

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Modernización, alternativas y mirada al futuro

En un contexto de presión fiscal, Ecuador busca maximizar el valor de su producción petrolera sin sacrificar sus ecosistemas. Para 2025, el Ministerio de Energía y Minas ha anunciado la implementación de un sistema digital de monitoreo de ductos, que incluye sensores remotos y drones para prevenir rupturas y detectar fugas en tiempo real. Esta estrategia se alinea con estándares internacionales de gestión de riesgo, como los adoptados en Colombia y Brasil.

En paralelo, el gobierno analiza la posibilidad de ampliar la capacidad de almacenamiento en la terminal de Esmeraldas y reconfigurar los flujos logísticos para reducir costos de transporte, particularmente en temporada de lluvias o actividad sísmica. Asimismo, se está explorando la integración energética regional: en 2024, se firmó un memorando con Perú y Colombia para analizar la viabilidad de una red oleoductora binacional que fortalezca las exportaciones sudamericanas.

Sin embargo, el mayor reto sigue siendo político: cómo equilibrar ingresos fiscales con la conservación de uno de los territorios más biodiversos del planeta. El Plan Nacional de Transición Energética Justa, aprobado en 2025, incluye una hoja de ruta para reducir gradualmente la dependencia del petróleo en las próximas dos décadas, aunque reconoce que los oleoductos seguirán siendo activos estratégicos en el corto y mediano plazo.

Una infraestructura entre la urgencia económica y la sostenibilidad

La ruta andina del crudo ecuatoriano simboliza tanto el potencial energético como las contradicciones estructurales del país. Representa una línea vital para las finanzas públicas —el petróleo sigue generando cerca del 30% de los ingresos del Estado—, pero también una fuente constante de debate sobre derechos ambientales y modelos de desarrollo.

Los oleoductos como el SOTE y el OCP seguirán operando mientras haya demanda internacional de crudo, especialmente en mercados asiáticos como China e India, principales compradores del crudo ecuatoriano. Pero las señales son claras: el país deberá diversificar su matriz energética, mejorar la transparencia en la gestión petrolera y fortalecer los mecanismos de prevención ambiental.

La sostenibilidad de Ecuador no se decidirá solo en los campos petroleros, sino en la forma en que conecta —y protege— sus recursos naturales a lo largo de su geografía.

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