Un cambio global con implicaciones cotidianas
La transición energética es mucho más que una tendencia tecnológica o una meta ambiental de largo plazo. Se trata de un proceso estructural que redefine la manera en la que el mundo produce, distribuye y consume energía, migrando de los combustibles fósiles —como el petróleo, el gas y el carbón— hacia fuentes más limpias, sostenibles y eficientes, como la solar, la eólica o el hidrógeno verde. Aunque a menudo se presenta como una discusión entre gobiernos, científicos y empresas, sus consecuencias afectan directamente a cada individuo: desde el precio que pagas en tu recibo de luz hasta la calidad del aire que respiras.
¿Por qué es necesaria la transición energética?
El sector energético es responsable de mas del 50% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Estas emisiones están directamente vinculadas con fenómenos extremos como olas de calor, sequías, incendios forestales y tormentas más intensas, que ya están afectando tanto a las economías como a la salud pública en todo el mundo.
Pero la urgencia no es solo climática. El modelo actual basado en combustibles fósiles es altamente volátil en términos de precios, vulnerable a conflictos geopolíticos y riesgoso para la salud. La exposición prolongada a contaminantes del aire —como el material particulado proveniente de la quema de combustibles— se asocia con enfermedades respiratorias, cardiovasculares y neurológicas, según la Organización Mundial de la Salud.
¿Cómo afecta a tu bolsillo?
Uno de los principales beneficios de la transición energética es su potencial para reducir el costo de la energía en el mediano y largo plazo. A pesar de que la instalación de infraestructura renovable puede implicar inversiones iniciales elevadas, los costos de operación son significativamente más bajos. La energía solar y eólica, por ejemplo, ya son las formas más baratas de generación eléctrica en la mayoría de las regiones del mundo, de acuerdo con la Agencia Internacional de Energía (IEA).
A nivel doméstico, esto se traduce en facturas de electricidad más estables y predecibles. Además, tecnologías como los paneles solares, los calentadores solares de agua o los sistemas de eficiencia energética en hogares permiten a los consumidores reducir su dependencia de la red eléctrica y ahorrar significativamente a lo largo del tiempo.
En países como México, donde los subsidios a los combustibles fósiles superaron los 34 mil millones de pesos en 2023 (según la Secretaría de Hacienda), redirigir ese gasto hacia energías limpias podría generar un efecto multiplicador en inversión social, infraestructura y salud.
¿Qué impacto tiene en tu salud?
Los beneficios sanitarios de la transición energética son contundentes. Un estudio publicado en The Lancet Planetary Health estima que más de 6 millones de muertes prematuras anuales en el mundo están relacionadas con la contaminación del aire provocada principalmente por fuentes de energía fósil.
Al reducir el uso de petróleo, gas y carbón, las ciudades pueden mejorar radicalmente la calidad del aire. Esto no solo reduce enfermedades respiratorias como el asma o la EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica), sino que también disminuye el riesgo de derrames cerebrales, infartos y algunos tipos de cáncer.
La electrificación del transporte público, el impulso a la movilidad activa (bicicleta, caminata), y el reemplazo de cocinas de leña por estufas eléctricas o de inducción son ejemplos concretos de cómo la transición energética puede salvar vidas, especialmente en comunidades vulnerables.
¿Qué papel juega el consumidor?
La transición energética no es únicamente responsabilidad de los gobiernos o de las grandes empresas. Los consumidores también tienen un rol activo y crítico. Las decisiones individuales —como cambiar a vehículos eléctricos, aislar térmicamente las viviendas, adoptar sistemas solares, o simplemente elegir proveedores de electricidad con portafolios renovables— forman parte del motor del cambio.
Además, el cambio cultural es tan importante como el tecnológico. En lugar de promover el consumo sin límites, la transición energética busca optimizar el uso de la energía, reducir desperdicios y adoptar modelos circulares y sostenibles. En ese contexto, la eficiencia energética no solo es buena para el planeta: también mejora la economía familiar.
Obstáculos reales, pero superables
Aunque los beneficios son claros, la transición energética enfrenta desafíos considerables: marcos regulatorios obsoletos, intereses económicos tradicionales, infraestructura insuficiente y, en muchos casos, una falta de información clara y accesible para la ciudadanía.
En América Latina, la falta de incentivos fiscales o financieros para la instalación de paneles solares en viviendas o microempresas sigue siendo un freno. También lo es la escasa educación energética: pocas personas comprenden su consumo o saben interpretar una factura eléctrica.
Sin embargo, la innovación tecnológica y la presión de los mercados están acelerando el proceso. Países como Chile, Uruguay o Colombia están logrando avances notables con marcos legales que promueven la energía limpia, la inversión privada y la descentralización del sistema eléctrico.
Hacia una nueva cultura energética
La transición energética no es un lujo ni una opción para el futuro: es una necesidad urgente que ya está moldeando el presente. Y su éxito depende, en gran parte, de que se entienda como un proceso inclusivo, en el que cada persona pueda identificar beneficios tangibles y personales.
No se trata solo de cambiar la matriz energética global. Se trata de que tú pagues menos, vivas mejor y respires aire más limpio. Una sociedad energéticamente inteligente es también una sociedad más justa, más saludable y más resiliente. La energía que elijas consumir hoy determina el mundo en el que vivirás mañana.
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