Regiones de auge y declive en EE. UU.: efectos económicos del shale boom y la automatización

El auge del shale y la automatización redefinieron regiones enteras de EE. UU., generando nuevos polos de crecimiento, pero también profundizando el declive en zonas industriales. Este artículo analiza sus efectos económicos con una visión territorial.

Hace 8 horas
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El reordenamiento económico de Estados Unidos

En las últimas dos décadas, Estados Unidos ha experimentado un reordenamiento económico profundo y territorialmente desigual, impulsado por dos motores paralelos: el auge del petróleo y gas de lutitas (shale boom) y la automatización industrial. Lejos de generar un crecimiento uniforme, estos fenómenos han transformado el mapa socioeconómico del país, generando ganadores y perdedores según su estructura productiva, su dotación de recursos y su capacidad de adaptación tecnológica.

Mientras algunas regiones rurales se beneficiaron inesperadamente por la expansión energética, otras –históricamente industriales– sufrieron una mayor pérdida de empleos, sin mecanismos eficaces de compensación. El resultado es una geografía de auge y declive, donde los efectos económicos del shale boom y la automatización se entrecruzan de manera compleja y estructural.

El shale boom: crecimiento localizado, beneficios desiguales

La irrupción de la fracturación hidráulica (fracking) en regiones con abundantes formaciones de lutitas, como la Cuenca Pérmica (Texas y Nuevo México), Bakken (Dakota del Norte) o Marcellus (Pensilvania y Ohio), generó un shock de actividad económica inesperado. Estos territorios, muchos de ellos rurales y con bajo dinamismo previo, experimentaron un aumento rápido del empleo, los ingresos fiscales y la inversión en infraestructura local.

Sin embargo, el crecimiento generado por el shale boom fue altamente concentrado en el espacio y en el tiempo. Las regiones energéticas vivieron ciclos de bonanza breves, condicionados por la volatilidad del precio del crudo y la propia dinámica de agotamiento de pozos no convencionales. A ello se suman efectos colaterales: inflación local por la llegada masiva de trabajadores temporales, presiones sobre servicios públicos y un modelo extractivo que rara vez genera encadenamientos productivos duraderos.

Aunque el shale boom revitalizó economías locales, sus beneficios no se distribuyeron equitativamente. Estados con una base regulatoria y fiscal sólida, como Texas, pudieron capitalizar mejor la bonanza. En cambio, otros enfrentaron una dependencia económica riesgosa, con limitada diversificación posterior. La paradoja del auge fue evidente: el crecimiento no siempre implicó desarrollo.

Automatización y pérdida estructural del empleo manufacturero

Mientras las regiones del shale disfrutaban un auge efímero, los tradicionales centros industriales del Medio Oeste –el llamado Rust Belt– enfrentaban una erosión continua del empleo debido a la automatización y la deslocalización. Lejos de ser un fenómeno nuevo, la automatización industrial lleva décadas desplazando trabajadores, pero se ha acelerado con los avances en inteligencia artificial, robótica y software de control.

A diferencia de la narrativa centrada en la competencia internacional, múltiples estudios muestran que la mayor parte de las pérdidas en el empleo manufacturero en EE. UU. se explican por el cambio tecnológico interno. La robotización ha aumentado la productividad, pero redujo la necesidad de mano de obra, afectando sobre todo a trabajadores sin título universitario y en zonas dependientes de la manufactura.

Este proceso ha sido especialmente duro en ciudades pequeñas y medianas que alguna vez fueron motores industriales. La automatización no solo destruye empleos, sino que debilita la base tributaria local, reduce el consumo interno y aumenta la vulnerabilidad socioeconómica. A diferencia del shale boom, cuyos beneficios fueron visibles aunque transitorios, los efectos de la automatización son persistentes, silenciosos y más difíciles de revertir.

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Intersecciones, tensiones y nuevos desequilibrios territoriales

Aunque el shale boom y la automatización parecen fenómenos independientes, su superposición ha acentuado las desigualdades regionales. En algunos casos, como Dakota del Norte, el auge energético compensó parcialmente los efectos del declive industrial. En otros, como Illinois o Michigan, la convergencia de ambos procesos profundizó la vulnerabilidad territorial.

Además, ambos procesos tienen implicaciones diferenciadas por clase, raza y educación. Las oportunidades generadas por el shale han favorecido a trabajadores varones con habilidades técnicas específicas, pero con escasa estabilidad a largo plazo. En contraste, la automatización ha erosionado empleos medianamente calificados, sin ofrecer alternativas accesibles para una transición laboral ordenada.

A nivel macroeconómico, estos cambios también han alterado las dinámicas de inversión pública. Las regiones en declive requieren recursos para reconversión productiva y capacitación, mientras que las regiones en auge reclaman infraestructura y servicios. Sin una política industrial y regional coherente, el riesgo es consolidar un país de territorios fragmentados: algunos inmersos en el crecimiento extractivo, otros atrapados en el estancamiento tecnológico.

¿Hacia una agenda de cohesión territorial?

La polarización regional de EE. UU. no es simplemente una consecuencia del mercado, sino el reflejo de decisiones políticas que no han acompañado de forma equitativa los efectos económicos del shale boom y la automatización. Si bien estos procesos tienen una lógica propia, su impacto puede ser mitigado o potenciado según el diseño institucional.

Una agenda efectiva de cohesión territorial requeriría tres ejes: inversión pública dirigida a reconversión en zonas industriales, mecanismos fiscales progresivos para capturar mejor las rentas del shale y políticas de innovación inclusiva que democratizen el acceso a las tecnologías emergentes. Además, se necesita repensar el federalismo fiscal para evitar que los estados energéticos acumulen ventajas sin redistribución.

El reto no es menor: se trata de transformar un modelo basado en ciclos extractivos y automatización asimétrica en una economía más resiliente, inclusiva y territorialmente equilibrada. Ello exige voluntad política, coordinación federal-estatal y, sobre todo, una visión que reconozca que el crecimiento no basta si no se traduce en bienestar sostenido para todas las regiones.

Entre el auge y el abandono: el rostro territorial de la transformación

Estados Unidos se encuentra ante una encrucijada económica con raíces territoriales profundas. Los efectos del shale boom y la automatización han demostrado que el crecimiento puede coexistir con el abandono, y que la riqueza no siempre corrige las desigualdades estructurales. Comprender estas dinámicas no es solo una tarea académica, sino una necesidad política urgente para rediseñar el contrato social entre regiones y restablecer los equilibrios de largo plazo en la economía estadounidense.

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