La previsión de producción de petróleo de EE.UU. ha vuelto a ser revisada a la baja por parte de la Administración de Información de Energía (EIA), reflejando un cambio de ritmo en uno de los motores clave del suministro energético global. La EIA ahora anticipa una producción promedio de 13,37 millones de barriles diarios (mbd) para 2025, frente a los 13,41 mbd previamente estimados.
Aunque la diferencia puede parecer marginal, sugiere un punto de inflexión estructural: la producción estadounidense —impulsada durante más de una década por el petróleo de esquisto— muestra claros indicios de estabilización e incluso de retroceso, en especial en su núcleo más productivo: la Cuenca Pérmica.
El fin del auge del shale: cifras que confirman el freno
Durante más de diez años, el crecimiento vertiginoso del petróleo esquisto convirtió a Estados Unidos en el mayor productor mundial de crudo, redefiniendo el mapa energético global. La Cuenca Pérmica, que se extiende entre Texas y Nuevo México, fue el epicentro de este auge. Sin embargo, los últimos datos indican que la actividad de perforación ha caído notablemente y sus efectos ya se reflejan en las proyecciones.
La EIA prevé que la producción se mantenga por debajo de los 13,5 mbd hasta la primavera de 2026, con una reducción hasta los 13,25 mbd hacia finales del próximo año. Este ajuste no es menor: implica una menor disponibilidad de crudo ligero en el mercado y podría alterar el equilibrio entre oferta y demanda, especialmente en un contexto de tensiones geopolíticas y transición energética.
La caída en la actividad perforadora no es fortuita. Responde a múltiples factores: presión financiera sobre las empresas independientes, políticas de disciplina de capital, agotamiento de los mejores pozos y una volatilidad persistente en los precios del crudo, que desincentiva nuevas inversiones masivas en exploración.
Implicaciones para el mercado global y la política energética
La menor previsión de producción de petróleo de EE.UU. llega en un momento clave. En 2025, la OPEP+ busca estabilizar el mercado con recortes prolongados, mientras China desacelera su consumo y Europa avanza —con lentitud— hacia la reducción estructural de hidrocarburos.
En este panorama, cualquier señal de contracción por parte de EE.UU., que aportó hasta el 80% del crecimiento neto en la oferta global entre 2010 y 2022, genera efectos inmediatos en los mercados. Ya se han observado ligeros repuntes en los futuros del WTI y del Brent tras el anuncio.
Además, el cambio en la curva de producción podría redefinir las prioridades de la política energética estadounidense. Menor producción interna implica mayor dependencia de importaciones o bien una aceleración de la agenda renovable y del hidrógeno. No es un giro inmediato, pero sí un aviso de que la era del petróleo esquisto como garante de seguridad energética está entrando en fase de madurez.
¿Qué sigue para la industria estadounidense del petróleo?
Ante este nuevo entorno, las empresas productoras podrían optar por modelos más conservadores de inversión. Es probable que los grandes operadores, como ExxonMobil o Chevron, mantengan su presencia en la Cuenca Pérmica pero sin buscar crecer a cualquier costo.
En contraste, podrían ganar relevancia los proyectos offshore, especialmente en el Golfo de México, donde los rendimientos son más previsibles a largo plazo. Otra vía posible será la optimización tecnológica, mediante inteligencia artificial, automatización y recuperación mejorada de hidrocarburos (EOR), para exprimir los campos maduros existentes.
También se anticipa una mayor presión sobre la eficiencia de capital, lo que podría conducir a nuevas rondas de fusiones y adquisiciones en el segmento midstream y upstream. El capital privado podría regresar si los precios del crudo superan consistentemente los 80 USD por barril, pero con criterios mucho más selectivos.
Una industria en transformación, no en declive
El recorte en la previsión de producción de petróleo de EE.UU. no debe interpretarse como una señal de colapso, sino como parte del reacomodo natural de una industria que ha pasado por un crecimiento explosivo.
La era del crecimiento ilimitado del shale ha terminado, pero EE.UU. mantiene una infraestructura sólida, conocimiento técnico avanzado y una red de distribución global que le permitirán seguir siendo actor clave. La pregunta ya no es cuánto puede producir, sino cómo puede hacerlo de forma más estratégica y sostenible en una nueva era energética.
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