América Latina continúa enfrentando un delicado equilibrio entre la seguridad energética y la necesidad imperante de avanzar en la transición hacia fuentes de energía más limpias y sostenibles. La soberanía energética —la capacidad de una nación para proveer, controlar y gestionar su energía de manera autónoma— se ha convertido en un eje central para la agenda política y económica de la región.
Los recientes escenarios geopolíticos y las fluctuaciones en los mercados internacionales de hidrocarburos han puesto en evidencia la vulnerabilidad de los países latinoamericanos frente a la dependencia externa, impulsando esfuerzos para fortalecer sus capacidades productivas internas. Al mismo tiempo, la presión internacional y las propias metas de mitigación climática exigen un tránsito acelerado hacia las energías renovables, que a menudo entra en tensión con la urgencia de mantener la seguridad energética.
La persistencia de los hidrocarburos y el impulso renovable
Históricamente, América Latina ha sido clave en la producción y exportación de petróleo y gas.
México, Colombia, Brasil, Argentina y Venezuela han tenido roles centrales en el mercado global.
En 2025, esta situación continúa, aunque con diferencias según cada país.
Colombia anunció un aumento del 8% en inversión petrolera. Busca mantener su producción ante la caída natural de sus yacimientos (ACP, mayo 2025). Brasil sigue desarrollando proyectos offshore con alto potencial. Estos aseguran ingresos fiscales esenciales para su economía.
A la vez, ambos países promueven energías renovables. Impulsan principalmente la solar y eólica, con fuertes crecimientos en capacidad instalada durante el último año (IEA, 2025). Este doble impulso muestra un reto complejo. Quieren asegurar energía estable sin abandonar compromisos climáticos internacionales. COP26 y COP27 son referencia constante en sus planes.
La «transición energética justa» gana protagonismo en la región. Busca diversificación que considere lo social, lo económico y lo ambiental en cada decisión energética.
Políticas públicas y desafíos estructurales
A nivel regional, la soberanía energética enfrenta varios obstáculos. La infraestructura energética sigue siendo insuficiente o envejecida en muchos países, lo que limita la capacidad de integrar energías renovables de manera eficiente. La financiación para proyectos sostenibles, aunque creciente, aún no alcanza los niveles necesarios para desplazar significativamente a los combustibles fósiles.
Además, las dinámicas políticas internas, la volatilidad de los precios del petróleo y las tensiones geopolíticas influyen en las estrategias nacionales. En algunos países, la dependencia del petróleo para el presupuesto público genera resistencia a acelerar la descarbonización. Por ejemplo, México mantiene planes ambiciosos para incrementar su producción petrolera mientras explora también inversiones en energías limpias (SENER, 2025).
La falta de integración regional en materia energética también limita la posibilidad de una gestión colectiva que permita optimizar recursos y mejorar la seguridad energética. Organismos como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Agencia Latinoamericana de Energía han promovido iniciativas en este sentido, aunque la implementación práctica avanza de manera dispar.
Soberanía energética: una cuestión de seguridad y futuro
El concepto de soberanía energética hoy trasciende la mera autosuficiencia en producción. Implica garantizar el acceso universal, la resiliencia frente a crisis externas y la capacidad de tomar decisiones estratégicas sin dependencia excesiva de actores externos.
Esta visión requiere que América Latina profundice su apuesta por la innovación tecnológica, el desarrollo de capacidades locales y la diversificación de su matriz energética. La expansión de las energías renovables no solo es clave para cumplir compromisos ambientales, sino también para fortalecer la autonomía energética en un contexto global marcado por la competencia geopolítica y la volatilidad del mercado energético.
Un horizonte de retos y oportunidades
El futuro energético de América Latina se define por la tensión entre seguridad inmediata y una transición hacia energía sostenible. Garantizar soberanía energética requiere políticas coherentes, inversiones estratégicas y una cooperación regional sólida y efectiva. Es un objetivo transversal que conecta la planificación energética con desarrollo económico, justicia social y estabilidad ambiental.
Los gobiernos latinoamericanos enfrentan el reto de equilibrar seguridad económica con metas de descarbonización profundas y urgentes. Deben preservar la estabilidad social mientras reducen emisiones y garantizan energía suficiente y accesible para sus ciudadanos.
La respuesta a este reto definirá el papel de la región en la transición energética global de los próximos años.
Un paso decisivo hacia un modelo energético autónomo y sostenible
La búsqueda de la soberanía energética en América Latina marca un momento decisivo para el futuro de la región. América Latina debe equilibrar sus necesidades inmediatas de seguridad con los compromisos globales de sostenibilidad energética. Avanzar hacia un modelo energético autónomo implica reducir la dependencia de fuentes externas de energía. También requiere diversificar la matriz energética con mayor presencia de renovables, más limpias y menos volátiles.
Este proceso requiere políticas públicas bien articuladas. También demanda inversión en infraestructura moderna y fuerte enfoque en capacitación tecnológica. La colaboración regional es fundamental. Debe permitir el uso eficiente de recursos y facilitar el intercambio de buenas prácticas.
El reto es enorme. Pero también lo es la oportunidad que representa para América Latina en este momento crucial. Se trata de construir un sistema energético resiliente. Este debe promover el desarrollo económico y mejorar el bienestar de la población. También debe contribuir de forma real a la mitigación del cambio climático. Esto es vital en el contexto internacional actual.
La región puede ser un referente global. Para lograrlo, necesita equilibrar sus objetivos con inteligencia y determinación. El compromiso político será fundamental. También lo serán la innovación tecnológica y la participación activa de la ciudadanía. Solo así podrá lograr una verdadera soberanía energética. Y garantizar prosperidad y sostenibilidad para las próximas generaciones.
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