Ian de la Garza – CEO y Cofundador de FINSOLAR
La energía es la base del desarrollo de cualquier país, de eso no hay duda. Detrás de cada producto, transacción y dato almacenado hay un flujo eléctrico que sostiene la vida moderna. En México, la transición energética dejó de ser un asunto de futuro para ser una apremiante económica, ambiental y tecnológica. Si queremos un país competitivo para el año 2030, debemos garantizar que la energía que alimenta a nuestras industrias sea limpia, accesible y sostenible.
El Objetivo de Desarrollo Sostenible 7 (ODS 7) de la Agenda 2030 lo plantea precisamente así: acceso universal a energía asequible, segura y moderna. Sin embargo, al ritmo actual, 660 millones de personas en el mundo seguirán sin electricidad en 2030, y casi 2,000 millones continuarán cocinando con combustibles contaminantes. México no es ajeno a este desafío.1 Aun cuando ha incrementado su capacidad instalada de energía renovable, el país requiere acelerar la adopción de soluciones que no sólo reduzcan emisiones, sino que también promuevan eficiencia y competitividad.
El sector privado en la transición energética
La transición energética ya no depende únicamente de las políticas públicas o de las grandes generadoras eléctricas. Cada empresa —sin importar su tamaño o sector— puede ser un agente de cambio. En Finsolar creemos que el futuro energético de México se construye desde la iniciativa privada, desde las decisiones que las empresas toman hoy para transformar su consumo eléctrico en energía limpia y en activos con valor ambiental y económico.
Nuestro modelo se basa en una idea simple pero poderosa: democratizar el acceso a la energía solar a través de contratos de servicio OPEX o estructuras de inversión en activos cash-neutral. Por medio de contratos de servicio PPA (Power Purchase Agreement), las empresas pagan sólo por la energía que consumen y pueden reducir su factura eléctrica hasta en un 40% desde el primer mes. Por otro lado, el modelo de inversión cash-neutral permite canalizar parte del ISR hacia infraestructura solar bajo el marco del Artículo 34 de la Ley del ISR, obteniendo beneficios económicos, ambientales y sociales sin comprometer capital propio.
El resultado es un círculo virtuoso. Las empresas ahorran, reducen su huella de carbono, fortalecen sus metas ESG y, al mismo tiempo, contribuyen a la expansión de infraestructura solar en México. En seis años hemos desarrollado más de 120 proyectos solares en operación, con un crecimiento anual compuesto de 70% y presencia en todos los estados del país. Lo que comenzó como una propuesta innovadora, hoy se consolida como una herramienta tangible para acelerar la descarbonización empresarial.
El mundo avanza hacia una economía descarbonizada. Los principales socios comerciales de México —Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea— ya condicionan sus cadenas de suministro a criterios de sostenibilidad. En este nuevo contexto, una empresa que no adopta energía renovable pone en riesgo su competitividad internacional.
México cuenta con una irradiación solar promedio superior a 5.5 kWh/m2 diarios, una de las más altas del planeta.2 Esta ventaja natural debe aprovecharse para consolidar al país como una potencia energética limpia en América Latina. La adopción de energía solar no sólo tiene sentido ambiental, es una estrategia económica para blindar a las empresas frente a la volatilidad de los precios eléctricos y para fortalecer la independencia energética. Además, estos sistemas fotovoltaicos, si se combinan con baterías, aportan flexibilidad y confiabilidad a los usuarios y a la red.
El sistema eléctrico del país, dominado aún por fuentes fósiles, emite en promedio 435 gramos de CO2 por cada kilovatio-hora generado. Este factor de emisión refleja la dependencia del país hacia fuentes no renovables, como el gas natural y el combustóleo. Si los sectores industriales, comerciales o tecnológicos migraran tan sólo 30% de su consumo hacia energía solar, México podría evitar la emisión de cientos de miles de toneladas de CO2 cada año, fortaleciendo su competitividad y avanzando de manera decisiva hacia sus compromisos climáticos. Este cambio no sólo tendría un impacto ambiental significativo, sino también económico, al reducir la exposición a los costos variables de los combustibles fósiles y asegurar un suministro más limpio y estable.
Actualmente, los proyectos de energía solar en generación distribuida (cercana al punto de consumo) permiten a las empresas obtener ahorros inmediatos en su factura eléctrica de hasta 98%, al tiempo que avanzan en el cumplimiento de sus metas de sostenibilidad. Estos resultados demuestran que la energía limpia no sólo es posible, sino rentable, y que puede convertirse en un diferenciador estratégico en el mercado global.
Transición con impacto social
La sostenibilidad no se mide sólo en kilowatts ni en toneladas de CO2 evitadas. También se mide en el impacto positivo que las empresas generan en las comunidades donde operan. La transición hacia energías limpias reduce desigualdades al facilitar acceso estable a electricidad en escuelas y comunidades, liberar recursos para educación y salud, y generar empleos locales sostenibles; de ese modo, el cambio energético contribuye directamente a una mayor equidad social. Esto se alinea con el concepto de justicia energética que busca la nueva Ley del Sector Eléctrico (LESE).
Cada panel solar que se instala enciende nuevas posibilidades: un aula que puede seguir funcionando, una comunidad que ahorra recursos, una persona que aprende o trabaja con mejores condiciones. La energía limpia ilumina y abre caminos.
El reto rumbo a 2030 es monumental: México necesita multiplicar su infraestructura energética limpia, garantizar estabilidad regulatoria y fomentar la inversión verde. Las alianzas público-privadas (en el caso de proyectos de inversión mixta o de largo plazo con CFE) serán clave para catalizar proyectos fotovoltaicos y baterías que fortalezcan la red eléctrica nacional, reduzcan emisiones y generen empleos verdes en las regiones con mayor radiación solar como son el norte, el Bajío y el sureste del país.
Además de los cientos de clientes que le compran energía a través de los contratos PPA (Power Purchase Agreement) a Finsolar, más de 16 empresas inversionistas ya confían en su modelo de inversión para invertir en proyectos de energía renovable sin realizar instalaciones en su sitio. Finsolar se encarga del financiamiento, la instalación de paneles y la gestión y mantenimiento de estos sitios, facilitando a estas organizaciones transitar hacia energías limpias. Este esfuerzo ha permitido duplicar las operaciones de la compañía en el norte, sureste y centro del país entre 2023 y 2025, consolidando un crecimiento sostenido y escalable.
«El reto rumbo a 2030 es monumental: México necesita multiplicar su infraestructura energética limpia, garantizar estabilidad regulatoria y fomentar la inversión verde”.
Hacia una economía solar
El 2030 está más cerca de lo que parece. La ventana de acción para cumplir los compromisos climáticos se estrecha cada año. México ha instalado ya más de 34 GW de capacidad renovable acumulada al 2024 , lo que lo ubica como el segundo país de América Latina en esta materia. Dispone de un potencial técnico de energía fotovoltaica superior a 24.918 GW, según la International Renewable Energy Agency.
Estos datos confirman que el país tiene la capacidad real para liderar en una economía solar, en donde las empresas, los inversionistas y el Estado colaboren para transformar el modelo energético, generando empleos, reduciendo desigualdades y fortaleciendo la competitividad nacional. El sector energético se aprecia optimista ante lo que viene a partir de 2026.
Desde nuestro punto de vista, la transición energética no es sólo una meta ambiental, sino una nueva estructura económica basada en eficiencia, tecnología y colaboración. Debemos impulsar la generación distribuida y el autoconsumo, así como fortalecer los incentivos fiscales y ampliar el acceso a financiamiento verde; estos serán los pilares que definan la próxima década.
Bajo ese escenario, la energía solar se convierte en un gran catalizador del desarrollo en general. Su potencial no solamente está en los Megawatts, sino en su capacidad de transformar la manera en que producimos, consumimos y compartimos los recursos.
El sol es la fuente de energía más democrática, económica y limpia que existe. Está disponible para todos. Por lo tanto, convertirlo en motor económico es una cuestión de visión, innovación y voluntad. La transición energética es la mayor oportunidad de desarrollo que México tiene esta siguiente década.
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