México genera anualmente cerca de 70 millones de toneladas de residuos biomásicos, provenientes de actividades agrícolas, forestales, ganaderas, industriales y urbanas. Esta cifra, representa una oportunidad estratégica para el desarrollo de biocombustibles avanzados, también conocidos como biocombustibles de segunda generación. A diferencia de los biocombustibles de primera generación, que compiten con cultivos alimentarios como el maíz o la caña de azúcar, los avanzados se producen a partir de residuos lignocelulósicos, aceites usados y desechos orgánicos, minimizando el impacto en la seguridad alimentaria. En el segundo trimestre de 2025, el país está en una posición privilegiada para capitalizar este recurso, pero el éxito dependerá de superar barreras estructurales y fomentar la innovación.
La producción de biocombustibles avanzados no solo responde a la necesidad de diversificar la matriz energética, sino que también se alinea con los objetivos globales de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Según el Protocolo de Kioto y los compromisos internacionales asumidos por México, la transición hacia fuentes de energía renovables es una prioridad. En mayo de 2025, el impulso hacia la economía circular y la sostenibilidad energética ha ganado relevancia, con proyectos que buscan transformar residuos en combustibles como bioetanol, biodiesel, biogás y combustibles sintéticos para sectores clave como el transporte y la aviación.
Innovaciones tecnológicas y su impacto
Avances en biotecnología y procesos de conversión
La biotecnología ha jugado un papel crucial en el desarrollo de biocombustibles avanzados. Investigaciones en instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) han avanzado en el uso de residuos lignocelulósicos, como bagazo de caña, residuos de café y desechos forestales, para producir bioetanol y biodiesel. Estas tecnologías, que incluyen procesos bioquímicos (fermentación y digestión anaerobia) y termoquímicos (gasificación y pirólisis), permiten aprovechar materiales no alimentarios, reduciendo costos y minimizando impactos ambientales.
En el segundo trimestre de 2025, proyectos piloto en estados como Veracruz, Querétaro y Guanajuato han mostrado resultados prometedores. Por ejemplo, un estudio de la Universidad Autónoma de Querétaro destaca el potencial de los residuos de frutas y vegetales en Guanajuato para producir biocombustibles sólidos, como pellets combustibles, que podrían generar energía eléctrica de manera sostenible. Además, la colaboración con empresas como Repsol, que ha invertido en plantas de producción de biocombustibles avanzados en España, inspira modelos que podrían adaptarse a México, utilizando residuos urbanos y aceites de cocina reciclados para fabricar hidrobiodiésel y biojet.
El rol de la economía circular
La economía circular es un pilar fundamental para la producción de biocombustibles avanzados. En México, donde solo el 9.63% de los residuos sólidos urbanos se recicla, según datos del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC), la valorización de desechos orgánicos y plásticos representa una oportunidad para reducir la presión sobre los sitios de disposición final y generar combustibles renovables. En mayo de 2025, iniciativas como las impulsadas por la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SAGARPA) han promovido el uso de residuos agrícolas, como la jatropha y la palma aceitera, para producir biodiesel, aunque los proyectos enfrentan desafíos relacionados con la escalabilidad y la falta de infraestructura.
La colaboración público-privada, como la alianza entre Repsol y Enerkem para la conversión de residuos en nuevos productos, ofrece un modelo replicable. En México, la integración de tecnologías como la desorción térmica para transformar lodos residuales en combustibles, junto con la captura de CO2 para producir combustibles sintéticos de cero emisiones netas, podría posicionar al país como líder regional en bioenergía.
Desafíos y barreras estructurales
Competencia por el uso de la tierra y seguridad alimentaria
Uno de los principales obstáculos para la producción de biocombustibles en México es la percepción de que su desarrollo podría competir con la agricultura alimentaria. Aunque los biocombustibles avanzados evitan este problema al utilizar residuos, la experiencia con cultivos como la jatropha en Chiapas, que no prosperó debido a conflictos por el uso de la tierra, subraya la necesidad de políticas claras que prioricen la sostenibilidad. En 2025, la falta de datos estadísticos actualizados sobre la producción de biocombustibles en México, como señala Guillermo Rosales de la AMDA, limita la capacidad de evaluar el impacto real de estas iniciativas.
Infraestructura y apoyo gubernamental
La infraestructura para la producción a gran escala de biocombustibles avanzados sigue siendo limitada. A pesar de que en 2017 SAGARPA reportó la instalación de siete plantas de biodiesel y bioetanol con una capacidad de 42.2 millones de litros anuales, la producción actual sigue siendo mínima en comparación con países como Estados Unidos y Brasil. La falta de incentivos gubernamentales y la preferencia por combustibles fósiles, como se menciona en fuentes de 2021, han frenado el desarrollo del sector. En el segundo trimestre de 2025, la Mesa de Trabajo de Biocombustibles, liderada por la Secretaría de Energía, ha destacado proyectos innovadores, pero la falta de coordinación y financiamiento sigue siendo un cuello de botella.
Oportunidades para México en 2025
Potencial económico y ambiental
La producción de biocombustibles avanzados podría generar beneficios económicos significativos, especialmente en regiones rurales. La creación de empleos en la recolección y procesamiento de residuos, junto con la inversión en biorrefinerías, podría dinamizar las economías locales. Además, el uso de combustibles renovables reduciría las emisiones de CO2, contribuyendo a los objetivos de descarbonización de México para 2030. Por ejemplo, la planta de Repsol en Cartagena, España, ahorra 900,000 toneladas de CO2 al año, un modelo que México podría emular con una inversión estratégica.
Liderazgo regional en sostenibilidad
En mayo de 2025, México tiene la oportunidad de posicionarse como líder en América Latina en la producción de biocombustibles avanzados. La vinculación entre el sector agrícola y la industria energética, como se destaca en fuentes internacionales, podría fortalecer la cadena de suministro de materias primas. Además, la adopción de normativas que incentiven la producción de combustibles renovables, inspiradas en la Directiva Europea de Energías Renovables, podría acelerar la transición energética.
Hacia un futuro energético sostenible
México está en una encrucijada histórica. La abundancia de residuos agrícolas y urbanos, combinada con avances en biotecnología y un creciente interés en la economía circular, ofrece una oportunidad única para desarrollar una industria de biocombustibles avanzados. Sin embargo, el éxito dependerá de una visión estratégica que combine inversión en infraestructura, políticas públicas efectivas y colaboración entre academia, industria y gobierno. En el segundo trimestre de 2025, el país tiene el potencial de transformar lo que antes era considerado «basura» en un recurso clave para la sostenibilidad energética, consolidándose como un referente en la transición hacia un futuro más verde.
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