El lado oscuro de la energía limpia: cuando lo verde también contamina

La transición energética es esencial, pero no perfecta. Detrás del auge solar y eólico, persisten desafíos ambientales, sociales y económicos que exigen un debate más honesto. Esta crítica a las energías renovables propone una mirada equilibrada, alejada del entusiasmo ciego y más cercana a la realidad.

Hace 3 horas
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Energía limpia bajo la lupa: ¿cuánto contamina lo que se dice “verde”?

El discurso dominante en torno a las energías renovables suele presentar un escenario optimista: reducción de emisiones, menor dependencia de fósiles, abundancia natural. Sin embargo, al observar con más detalle el ciclo de vida de tecnologías como los paneles solares o las turbinas eólicas, surgen cuestionamientos legítimos sobre su verdadero impacto ambiental y social. Esta crítica a las energías renovables no pretende deslegitimar la transición energética, sino exigir que sea más honesta, transparente y sostenible en el sentido más amplio del término.

Paneles solares: radiantes, pero no inocuos

La energía solar ha sido una de las tecnologías más promovidas para combatir el cambio climático. Con más de 1,400 GW instalados globalmente al cierre de 2024 (según la Agencia Internacional de Energía), su crecimiento es exponencial. Pero fabricar un panel solar implica procesos intensivos en energía, uso de productos tóxicos y materiales difíciles de reciclar.

Silicio, cadmio, plomo y otros metales pesados se utilizan en su manufactura. En países como China, donde se concentra más del 70% de la producción de polisilicio, las emisiones de carbono y el uso intensivo de carbón en fábricas solares son un punto ciego en el relato verde. Además, al finalizar su vida útil, los paneles representan un desafío de gestión de residuos.

Un estudio del Harvard Business Review (2023) advirtió que para 2050 el mundo generará hasta 78 millones de toneladas de residuos solares si no se implementan sistemas masivos de reciclaje.

Energía eólica: ¿limpia o invasiva?

Las turbinas eólicas no emiten gases durante su operación, pero su construcción, instalación y mantenimiento tienen un costo ambiental y paisajístico. Requieren grandes cantidades de acero, cobre, hormigón y materiales compuestos. Además, las aspas, fabricadas con resinas epóxicas, son difíciles de reciclar: la mayoría termina enterrada en vertederos.

En lo social, los parques eólicos han provocado conflictos con comunidades indígenas y rurales. Casos documentados en Oaxaca (México), Lamu (Kenia) y Tamil Nadu (India) evidencian cómo los proyectos se han impuesto sin consulta adecuada, afectando medios de vida locales y generando desplazamientos.

Un reportaje de Climate Tracker Latinoamérica (2024) y datos del Observatorio de Conflictos Socioambientales de la Universidad Iberoamericana señalan que múltiples proyectos eólicos en América Latina enfrentan resistencia comunitaria debido a impactos territoriales, falta de transparencia y violaciones al derecho a la consulta previa.

Las baterías verdes y la sombra de la minería intensiva

La electrificación masiva —vehículos eléctricos, almacenamiento en red, microgrids— depende del litio, cobalto, níquel y otros metales extraídos con métodos agresivos. La minería del litio en el triángulo andino (Argentina, Bolivia, Chile) implica consumo masivo de agua dulce en ecosistemas ya frágiles.

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En 2022, la extracción de un solo tonelada de litio requería hasta 2 millones de litros de agua en zonas áridas del Salar de Atacama, según datos de Mining Watch. Esta presión hídrica compite directamente con comunidades agrícolas y sistemas de biodiversidad.

Además, el cobalto —clave para baterías de alta densidad— proviene en gran parte de minas en la República Democrática del Congo, donde persisten denuncias de trabajo infantil y explotación laboral.

Reciclaje, trazabilidad y justicia ambiental: tareas pendientes

Una transición energética justa exige repensar no solo el origen, sino también el destino de las tecnologías limpias. Hoy, el reciclaje de paneles solares y baterías es incipiente, costoso y tecnológicamente limitado. En Europa, solo el 10% de las baterías de iones de litio fueron recicladas correctamente en 2024, de acuerdo con Eurostat.

La trazabilidad de materiales críticos es otro vacío. Aunque hay avances en certificaciones como el Battery Passport (promovido por el Foro Económico Mundial), su adopción aún es voluntaria y desigual.

Sin regulación firme, el riesgo es que la transición energética reproduzca desigualdades extractivas bajo un nuevo empaque.

Hacia una sostenibilidad sin excepciones

El debate no debe ser entre energía limpia sí o no, sino qué tipo de energía limpia queremos. Una que internalice sus costos sociales y ambientales, que priorice la economía circular y que se base en cadenas de suministro justas y transparentes.

La crítica a las energías renovables no implica frenar la transición, sino enriquecerla con datos, ética y responsabilidad. Solo así se evitará que lo que hoy parece verde termine siendo una nueva forma de colonialismo energético o contaminación invisible.

Un nuevo estándar para lo “limpio”

Hablar del lado oscuro de la energía limpia no significa dar argumentos al negacionismo climático, sino exigir coherencia en una transición que debe ser justa, completa y basada en evidencia. El futuro energético no puede construirse sobre externalidades ignoradas ni relatos simplistas. Más que una etiqueta de “verde”, necesitamos estándares rigurosos, fiscalización real y participación de las comunidades afectadas. Solo entonces podremos decir, sin reservas, que avanzamos hacia una energía verdaderamente limpia.

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