Del desierto a la órbita: la nueva frontera solar
Durante décadas, los desiertos del planeta se consideraron el futuro de la energía solar. Hoy, esa mirada apunta más alto: al espacio. La energía solar espacial (Space-Based Solar Power, SBSP) busca recolectar luz solar directamente en órbita, sin interrupciones atmosféricas o ciclos nocturnos, para enviarla a la Tierra mediante microondas o láseres seguros.
El concepto, imaginado por la NASA desde los años setenta, está recibiendo un impulso renovado gracias a los avances en materiales ultraligeros, robótica orbital y transmisión inalámbrica de potencia. En 2025, Japón, China, Reino Unido y Estados Unidos ya compiten por dominar esta carrera que podría definir el futuro energético global.
Cómo funciona la energía solar espacial
Los proyectos más avanzados, como el SSPD-1 del Instituto de Tecnología de California (Caltech), consisten en desplegar miles de paneles solares en órbita geoestacionaria. Estos paneles capturan luz solar sin pérdidas y la convierten en energía que luego se transmite a una estación terrestre a través de microondas de baja intensidad, similares a las de un router Wi-Fi, pero a gran escala.
A diferencia de los parques solares terrestres, la energía solar espacial no depende del clima ni del día y la noche. Un solo satélite podría generar electricidad las 24 horas para alimentar a ciudades enteras o industrias estratégicas.
Según Caltech, el potencial energético de un solo kilómetro cuadrado de paneles solares espaciales supera al de las mayores plantas fotovoltaicas terrestres.
Competencia global por el “oro solar” orbital
Japón ha sido pionero con su proyecto JAXA SPS 2030, que planea realizar la primera transmisión comercial de energía solar desde el espacio antes del final de la década. China, por su parte, avanza con el Zhuhai Orbital Solar Plant, un plan que pretende abastecer hasta 100 MW a tierra firme.
En Europa, la Agencia Espacial Europea (ESA) impulsa el programa Solaris, que estudia la viabilidad económica y ambiental de construir centrales solares espaciales cooperativas. Y en Estados Unidos, el Pentágono ha probado pequeños módulos de transmisión energética para alimentar bases remotas o misiones de emergencia, marcando un uso dual civil y militar.
Mientras tanto, compañías privadas como Airbus y Northrop Grumman desarrollan satélites modulares capaces de ensamblarse en el espacio, abriendo el camino a una nueva industria aeroenergética.
Desafíos y dilemas de una energía ilimitada
Aunque las pruebas son prometedoras, los retos técnicos y económicos son colosales. El costo de lanzamiento, la necesidad de materiales ultraligeros y la precisión para transmitir energía de forma segura siguen siendo barreras significativas. Además, la gobernanza espacial —quién controla la órbita solar y cómo se regula el flujo energético— plantea preguntas políticas inéditas.
Los expertos advierten que el acceso desigual a esta tecnología podría crear una nueva brecha energética global, donde solo unas pocas potencias controlen la energía del Sol desde el espacio.

De ciencia ficción a política energética
Lo que antes parecía ciencia ficción hoy es un tablero geoestratégico. Si la energía solar espacial logra escalar comercialmente, podría reducir la dependencia del petróleo, el gas y los minerales críticos, transformando la matriz energética del siglo XXI.
Países como México o Brasil podrían sumarse mediante acuerdos de recepción energética, manufactura de componentes satelitales o desarrollo de estaciones de transmisión. La cooperación Sur-Norte sería clave para evitar un monopolio tecnológico.
Una nueva aurora energética
El “oro blanco” del espacio ya no es el litio, sino la luz del Sol capturada más allá de la atmósfera. La energía solar espacial representa una visión ambiciosa de sostenibilidad: limpia, inagotable y verdaderamente global.
Si las primeras pruebas comerciales prosperan en esta década, el futuro energético podría nacer no en la Tierra, sino en la órbita que la rodea.
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