En los últimos años, la geopolítica del crudo ha dejado de ser una variable indirecta del comercio energético para convertirse en un factor disruptivo de primer orden. La incautación del buque Suez Rajan entre 2023 y 2024, que transportaba crudo iraní hacia Asia, marcó un punto de inflexión que va más allá del incidente en sí: reveló cómo las tensiones entre potencias, las sanciones unilaterales y las rutas marítimas bajo presión pueden alterar profundamente la dinámica del mercado global de hidrocarburos. América Latina, en este contexto, no está exenta de riesgos ni de oportunidades.
Caso Suez Rajan y otras incautaciones: señales de una nueva era
El caso del Suez Rajan fue paradigmático. En agosto de 2023, el petrolero con bandera de las Islas Marshall, que transportaba crudo presuntamente iraní, fue detenido frente a la costa de Texas bajo sospecha de violar las sanciones impuestas por Estados Unidos a Irán. La tripulación fue retenida y el cargamento incautado. En represalia, Irán capturó el Advantage Sweet, un buque con bandera de Islas Marshall operado por Chevron.
Este tipo de acciones no son aisladas. En 2022, Grecia detuvo el Lana, otro buque iraní, a pedido de EE. UU., lo que derivó en represalias en el estrecho de Ormuz. Casos similares se repiten en zonas de alto tráfico como el estrecho de Malaca, el Canal de Suez o el Mar Rojo, todos puntos neurálgicos del comercio de crudo.
Estas tensiones se traducen en riesgos concretos para navieras, aseguradoras, importadores y gobiernos. El aumento en las primas de seguro para rutas conflictivas y los desvíos hacia trayectos más largos elevan los costos del crudo, distorsionan la oferta y reconfiguran flujos que durante décadas se mantuvieron estables.
Impacto global: sanciones, precios y rutas en transformación
La geopolítica del crudo también se expresa en el redireccionamiento forzado del comercio petrolero. Las sanciones a Rusia tras la invasión a Ucrania en 2022 modificaron profundamente las rutas de exportación: crudo ruso que antes fluía hacia Europa occidental ahora es redirigido hacia India, China y Turquía, a menudo con mecanismos opacos de “dark fleet” (flotas con rastreadores apagados y registros dudosos).
Al mismo tiempo, las tensiones en Medio Oriente y Asia han llevado a China a fortalecer acuerdos de largo plazo con proveedores africanos y latinoamericanos, mientras que Europa acelera la diversificación de sus fuentes con compras desde Brasil, Guyana o el Golfo de México.
En este entorno, los países productores con estabilidad política, capacidad logística y acuerdos bilaterales confiables ganan terreno. México, Colombia y Brasil han incrementado sus exportaciones hacia Asia y Europa en contextos donde las rutas tradicionales están parcial o totalmente comprometidas.
Este fenómeno también ha generado una demanda creciente por nuevas plataformas de almacenamiento, corredores marítimos menos expuestos y mayor inversión en seguridad portuaria.
América Latina en el nuevo tablero energético
América Latina puede jugar un papel relevante en esta reconfiguración. No solo cuenta con abundantes recursos fósiles, sino con rutas marítimas menos expuestas a conflictos directos. El Canal de Panamá, el corredor transatlántico entre Brasil y Europa, y los puertos del Pacífico mexicano hacia Asia cobran una nueva centralidad.
Sin embargo, hay desafíos importantes. El estrechamiento del Canal de Panamá por la crisis hídrica ha obligado a desviar rutas clave, mientras que la inseguridad en ciertas regiones portuarias —como el Golfo de México— exige fortalecer la seguridad energética nacional.
Además, los marcos normativos y fiscales deben adaptarse a un entorno en el que los contratos a largo plazo, la trazabilidad del crudo y el cumplimiento de estándares ambientales son factores clave para mantener la competitividad.
Guyana, por ejemplo, ha incrementado en más del 60 % sus exportaciones en menos de dos años gracias a una política de licencias abierta y relaciones estables con compradores europeos y asiáticos. Brasil, por su parte, ha diversificado sus destinos con una producción récord de pre-sal, aprovechando las tensiones entre Rusia y Europa.
Latinoamérica debe blindarse, diversificar y proyectar liderazgo
La región necesita una visión estratégica. Primero, fortalecer sus capacidades de inteligencia energética, para anticipar conflictos que podrían impactar su comercio exterior. Segundo, desarrollar infraestructura resiliente: puertos multipropósito, plataformas flotantes de almacenamiento, y acuerdos logísticos intermodales entre costa y centros de refinación.
También se requiere ampliar los acuerdos bilaterales de suministro, incluyendo cláusulas de seguridad marítima y coordinación ante riesgos geopolíticos. El Mercosur, la Alianza del Pacífico o la CELAC podrían jugar un papel articulador en estos frentes.
Y por último, la región debe proyectar liderazgo diplomático en foros como la OPEP+, la Agencia Internacional de Energía o el Foro de Países Exportadores de Gas. No basta con producir más; se trata de producir con inteligencia estratégica y posicionamiento global.
Entre incertidumbre y oportunidad: el momento de actuar
La geopolítica del crudo ya no solo define los precios internacionales; define también qué países acceden a los mercados, bajo qué condiciones y con qué riesgos. América Latina, en vez de ser una víctima pasiva de esta reconfiguración, tiene la oportunidad de convertirse en un eje de estabilidad energética.
Pero para ello se requiere inversión estratégica, gobernanza inteligente y una visión continental. En un mundo donde los barcos pueden ser capturados por razones políticas, la energía no es solo una cuestión de volumen, sino de poder. Y el poder, hoy más que nunca, se construye con diplomacia, infraestructura y previsión.
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