La historia de los vehículos eléctricos: el verdadero comienzo de la movilidad sostenible
Un origen anterior al motor de combustión
La historia de los vehículos eléctricos es mucho más antigua de lo que la mayoría imagina. Antes de que el rugido de los motores de gasolina dominara las carreteras del siglo XX, los primeros intentos por desarrollar automóviles eléctricos ya habían cobrado forma en los laboratorios e ingenios mecánicos del siglo XIX. De hecho, algunos de los primeros vehículos autopropulsados fueron eléctricos, no de combustión interna.
En 1828, el inventor húngaro Ányos Jedlik creó un pequeño modelo de vehículo impulsado por un motor eléctrico rudimentario, considerado hoy un antecedente técnico. Sin embargo, el primer vehículo eléctrico funcional capaz de transportar personas apareció en la década de 1830, cuando el ingeniero escocés Robert Anderson desarrolló un carruaje eléctrico de batería no recargable. Este prototipo, si bien limitado, representa el primer intento documentado de aplicar electricidad a la movilidad.
Innovación formal en el siglo XIX: el nacimiento del coche eléctrico
El desarrollo significativo comenzó en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el químico francés Gaston Planté inventó en 1859 la batería recargable de plomo-ácido, elemento crucial para la viabilidad de los vehículos eléctricos. Su perfeccionamiento por Camille Faure en 1881 mejoró considerablemente la eficiencia energética de estos sistemas, facilitando su integración en medios de transporte.
El verdadero punto de inflexión llegó en la década de 1880 y principios de 1890. En 1889, el inventor estadounidense William Morrison fabricó un vehículo eléctrico de seis pasajeros en Des Moines, Iowa, considerado por muchos historiadores como el primer automóvil eléctrico práctico. Alcanzaba velocidades de 20 km/h y generó interés durante la Exposición Mundial de Chicago en 1893. No obstante, carecía de dirección mecánica avanzada, y su batería solo permitía un uso limitado.
A partir de 1890, empresas como Baker Electric (fundada en 1899) y Detroit Electric (fundada en 1907) desarrollaron modelos comerciales dirigidos a una élite urbana, especialmente mujeres, que valoraban la limpieza, facilidad de uso y fiabilidad frente a los ruidosos y contaminantes motores de combustión.
Edad de oro y ocaso temporal
Entre 1900 y 1910, aproximadamente un tercio de todos los automóviles en Estados Unidos eran eléctricos, según el Departamento de Energía de ese país. Los taxis eléctricos proliferaron en Nueva York y Londres, y personajes influyentes como Thomas Edison y Henry Ford colaboraron brevemente en el desarrollo de un coche eléctrico asequible, aunque sin éxito comercial.
El declive comenzó con el lanzamiento del Ford Model T en 1908, vehículo con motor de combustión interna masivo, económico y fácil de producir en serie. La invención del motor de arranque eléctrico por Charles Kettering en 1912 eliminó uno de los mayores obstáculos de los autos a gasolina: el arranque manual por manivela. Sumado al descubrimiento de grandes reservas de petróleo y a la infraestructura emergente de combustibles fósiles, el coche eléctrico fue desplazado del centro de la industria automotriz.
Resurgimiento y visión contemporánea
Tras casi medio siglo de olvido, la crisis del petróleo de 1973 provocó un renovado interés en formas de movilidad más eficientes. A lo largo de las décadas de 1980 y 1990, fabricantes como General Motors y Toyota comenzaron a experimentar con híbridos y prototipos eléctricos, aunque con una penetración limitada.
El punto de inflexión definitivo llegó en 2008 con el lanzamiento del Tesla Roadster, el primer vehículo eléctrico de producción en masa con batería de iones de litio y autonomía superior a 300 km. Desde entonces, los avances tecnológicos, las políticas climáticas globales y la caída de los costos de baterías han impulsado el crecimiento exponencial de los vehículos eléctricos.
Según la Agencia Internacional de Energía (IEA), en 2024 más de 14 millones de vehículos eléctricos fueron vendidos globalmente, representando cerca del 20% del mercado total de automóviles nuevos. Fabricantes tradicionales como Volkswagen, BMW, General Motors y BYD, junto con nuevos actores como NIO y XPeng, compiten en el desarrollo de plataformas eléctricas avanzadas.
El legado del pasado, el desafío del futuro
La historia de los vehículos eléctricos demuestra que la tecnología no siempre triunfa por su superioridad técnica, sino por las condiciones sociales, económicas y políticas que la rodean. Desde los prototipos rudimentarios de Anderson hasta los algoritmos inteligentes que hoy optimizan la eficiencia de un Tesla Model S, el automóvil eléctrico ha evolucionado de una curiosidad experimental a un pilar clave de la transición energética global.
Más allá de la innovación tecnológica, el desafío actual consiste en garantizar que su expansión se realice de manera equitativa y sostenible: desde la minería ética del litio hasta la generación renovable que alimente las redes de carga. La historia ha demostrado que el futuro puede ser eléctrico, siempre que las decisiones del presente lo permitan.
El regreso de una idea adelantada a su tiempo
Lejos de ser una invención moderna, el vehículo eléctrico nació con la era del transporte motorizado y fue desplazado por razones más económicas que técnicas. Hoy, más de un siglo después, vuelve a ocupar el lugar que ya le correspondía desde su concepción. Su retorno no es un simple avance tecnológico, sino una corrección histórica con profundas implicaciones para el modelo energético del futuro.
La movilidad eléctrica, si se apoya en redes limpias y políticas públicas inteligentes, representa la posibilidad de reconciliar progreso y sostenibilidad. Como en sus orígenes, el verdadero motor de esta revolución no es solo eléctrico, sino también humano: visión, innovación y voluntad de cambio.
Te invito a leer: