La producción de biocombustibles en México avanza con lentitud frente a su potencial, en un contexto marcado por tensiones energéticas, desafíos regulatorios y el rezago en políticas de transición ecológica. Mientras otros países latinoamericanos como Brasil y Colombia han consolidado sus industrias de etanol y biodiésel, México aún no logra traducir sus ventajas agroindustriales en una cadena robusta de combustibles renovables.
La frase «biocombustible» abarca una variedad de productos derivados de biomasa, como etanol, biodiésel o biogás, que pueden sustituir en parte a los combustibles fósiles. México cuenta con condiciones agroclimáticas, capacidad instalada en ciertas regiones y excedentes agrícolas que permitirían un despliegue más ambicioso, pero aún persisten obstáculos estructurales que limitan su desarrollo comercial y su inserción en la política energética nacional.
El potencial desaprovechado: cifras, capacidades y rezagos
Según la Agencia Internacional de Energía (IEA), México produce solo una fracción del biocombustible que podría generar con su capacidad agrícola. Actualmente, el país genera etanol a pequeña escala —principalmente en Veracruz, Jalisco y Oaxaca— a partir de caña de azúcar y sorgo. Sin embargo, a diferencia de Estados Unidos o Brasil, México no cuenta con un mandato nacional de mezcla obligatoria que impulse la demanda.
El caso del biodiésel es aún más limitado. Se han desarrollado experiencias piloto con aceite usado, jatropha curcas y grasa animal, pero no han escalado debido a la falta de estímulos fiscales, infraestructura de recolección y mercados seguros. En 2024, la producción formal de biodiésel fue menor a 30 millones de litros, en contraste con los más de 3,000 millones que produce Brasil anualmente.
La Secretaría de Energía (SENER) reconoció en su “Prospectiva de Energías Renovables 2023–2037” que la falta de regulación clara, incentivos fiscales y certidumbre jurídica han ralentizado el desarrollo de este sector. Además, Pemex no ha integrado estos combustibles en su sistema logístico ni ha promovido una transición tecnológica en sus refinerías para su mezcla o distribución.
Implicaciones técnicas, sociales y ambientales
Uno de los principales retos es garantizar la sostenibilidad ambiental de los biocombustibles. La expansión de cultivos para producción energética podría generar presión sobre tierras agrícolas, aumentar el uso de agua y afectar la biodiversidad si no se gestiona adecuadamente. Por ello, se requiere una estrategia clara de uso de residuos agrícolas o cultivos de segunda generación, que minimicen el impacto ambiental.
En el ámbito social, el modelo de producción descentralizada de biocombustibles podría beneficiar a comunidades rurales, cooperativas agroindustriales y pequeños productores, al diversificar sus ingresos. Sin embargo, esto requiere acceso a financiamiento, transferencia tecnológica y capacitación especializada, elementos aún escasos en los programas públicos actuales.
Desde el punto de vista técnico, las mezclas con biocombustibles deben cumplir estándares de calidad y compatibilidad con los motores existentes. En México, la NOM-016-CRE-2022 regula la calidad de los petrolíferos, pero limita el uso de etanol a un 5.8% fuera del Valle de México, lo cual frena su adopción masiva.
Proyectos en marcha y oportunidades futuras
Pese a las limitaciones, existen proyectos piloto y alianzas público-privadas que podrían cambiar el panorama. Destaca el caso del Centro de Biotecnología Genómica del IPN en Reynosa, que investiga nuevas rutas para biocombustibles celulósicos. También empresas como BioFuels de México han desarrollado capacidades en biodiésel a partir de residuos industriales en Baja California.
El Plan Sonora de Energía Sostenible contempla líneas de investigación sobre combustibles renovables como complemento a la electrificación, lo cual abre la puerta a desarrollos regionales combinados con energías solares.
Asimismo, organismos internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la FAO han sugerido que México podría posicionarse como exportador de biocombustibles sustentables si implementa una hoja de ruta clara, con certificación ambiental y trazabilidad.
A nivel normativo, se requiere armonizar la legislación energética, ambiental y agroindustrial para facilitar inversiones en esta materia. Reformas a la Ley de Transición Energética y al marco fiscal podrían detonar un nuevo ciclo de proyectos de bioenergía de segunda generación.
El dilema mexicano: oportunidad verde o atraso estructural
La producción de biocombustibles en México se ubica en una encrucijada. O se convierte en un actor activo de la transición energética mediante una estrategia integral, o pierde una ventana histórica para diversificar su matriz energética, generar empleo rural e innovar en sostenibilidad.
El país tiene insumos, capacidades técnicas y potencial de mercado, pero carece de voluntad política suficiente y de una política de Estado que le apueste seriamente al desarrollo de biocombustibles como parte de su seguridad energética.
México no necesita copiar el modelo brasileño, pero sí construir su propio camino basado en innovación, sustentabilidad y justicia energética. En un entorno global que avanza hacia la descarbonización, posponer esta transformación podría resultar más costoso que emprenderla.
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