La próxima Conferencia de las Partes (COP-30) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que se celebrará en 2025 en Belém do Pará, Brasil, representa una oportunidad crucial para que México redefina su papel en la lucha global contra el cambio climático. Esta cita internacional será un espacio en el que los países deberán presentar avances tangibles hacia la meta de limitar el calentamiento global a 1.5°C, así como actualizar sus Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC, por sus siglas en inglés).
En este contexto, México enfrenta un desafío singular: es un país con una larga tradición como productor y exportador de petróleo, pero también una nación altamente vulnerable a los impactos del cambio climático. Esta doble condición plantea la urgencia de diseñar una estrategia coherente que permita equilibrar su rol en los mercados energéticos internacionales con la transición hacia energías limpias y renovables.
La actualización de la NDC de México, que deberá presentarse formalmente en el marco de la COP-30, es clave para enviar señales claras tanto a la comunidad internacional como al sector privado mexicano y extranjero. Las metas previas, aunque importantes, han sido cuestionadas por su nivel de ambición y por la brecha existente entre el discurso político y la implementación efectiva.
Hoy, México necesita plantear objetivos creíbles, medibles y respaldados por políticas públicas consistentes. El trabajo de actualización hacia lo que se conoce como “NDC 3.0” del país ha sido arduo y lleva tiempo convocando a actores clave, con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) y el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC) llevando la batuta.
La transición energética mexicana requiere superar varios obstáculos estructurales. Por un lado, existe una alta dependencia fiscal de los ingresos petroleros, lo que condiciona la toma de decisiones en materia de política energética. Por otro, la infraestructura energética actual sigue priorizando a los combustibles fósiles, lo cual limita la integración acelerada de tecnologías renovables como la solar, eólica, geotérmica o mareomotriz. Sin embargo, México cuenta con un potencial enorme en energías limpias que permanece subutilizado.
El papel de la COP-30 será determinante para que México pueda posicionarse como un actor constructivo y con visión de futuro. La transición energética no debe concebirse únicamente como una obligación climática, sino también como una oportunidad de desarrollo económico sostenible, de generación de empleos verdes y de atracción de inversión internacional. Para ello, será fundamental que el país envíe señales de certidumbre regulatoria y de apertura a la colaboración público-privada.
Asimismo, México puede aprovechar su posición geopolítica para convertirse en un puente entre países productores de petróleo que enfrentan transiciones complejas y aquellos que ya han avanzado significativamente en la descarbonización de sus economías. Este papel dual, lejos de ser una debilidad, podría convertirse en una fortaleza estratégica, siempre y cuando se acompañe de compromisos verificables y de un liderazgo diplomático activo en foros multilaterales.
La COP-30 marcará un punto de inflexión para la región latinoamericana, al realizarse por primera vez en la Amazonía, territorio emblemático de la lucha climática global. En ese marco, México no puede llegar con promesas vacías ni con una narrativa anclada únicamente en su pasado petrolero. Se requiere un compromiso renovado que ponga en el centro a la transición energética justa, inclusiva y sostenible.
El desafío es enorme, pero también lo es la oportunidad. México puede ser recordado como un país que entendió el significado de la transición energética en el siglo XXI, o como uno que perdió el tren de la historia. La COP-30 será la plataforma para demostrar cuál camino ha decidido tomar.
Docente de Posgrado de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México
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