La Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés) ha lanzado una advertencia contundente: el hidrógeno limpio, considerado pieza clave en la descarbonización global, sigue atrapado en la fase de promesa. La proliferación de anuncios y estrategias no se ha traducido en avances reales en la construcción de proyectos. La razón principal no es técnica ni de oferta, sino de falta de demanda firme que garantice un mercado seguro para productores e inversionistas.
Una brecha entre anuncios y acción
En la última década, el hidrógeno bajo en carbono se ha convertido en una apuesta estratégica para gobiernos e industrias. Se habla de su potencial para descarbonizar sectores de difícil electrificación como el acero, el transporte marítimo, la aviación o la petroquímica. La cartera global proyectada alcanza los 1,500 gigavatios (GW) de capacidad para 2030, según la IEA.
Sin embargo, la realidad es menos alentadora: menos del 10% de esos proyectos han alcanzado una Decisión Final de Inversión (FID). Esto significa que, aunque existe una avalancha de anuncios, la mayoría sigue en papel y no avanza hacia la construcción. La brecha entre expectativas y acción amenaza con ralentizar la transición energética en un área crítica.
El cuello de botella: la falta de demanda
El principal obstáculo es económico y comercial. La incertidumbre sobre quién comprará el hidrógeno, en qué volúmenes y a qué precio se ha convertido en el freno de los desarrollos.
Los productores no quieren arriesgar capital en proyectos multimillonarios sin compradores asegurados, mientras que las industrias que podrían utilizarlo no desean comprometerse a largo plazo sin garantías de un suministro competitivo y estable. Esta parálisis crea un círculo vicioso: sin demanda asegurada no hay inversión, y sin inversión la oferta no crece.
Políticas para anclar la demanda
La IEA plantea que el único camino para romper este bloqueo es que los gobiernos asuman un rol más activo. No basta con hojas de ruta o declaraciones de intenciones: se requieren políticas que anclen la demanda, creando mercados estables donde los productores encuentren seguridad y los consumidores accedan a precios competitivos.
Las políticas más efectivas se agrupan en tres categorías:
Instrumentos de apoyo financiero
Subvenciones directas, créditos fiscales y contratos por diferencia de carbono (CfD) permiten cubrir la brecha entre el costo actual del hidrógeno limpio y el de sus alternativas fósiles. Este apoyo inicial es fundamental para que la curva de costos descienda conforme la industria gane escala.
Obligaciones y cuotas
La imposición de mandatos de uso mínimo de hidrógeno bajo en carbono en sectores estratégicos, como refinerías, fertilizantes o transporte, garantiza una demanda inmediata y predecible. Este mecanismo, ya probado con biocombustibles en varias jurisdicciones, puede ser decisivo para el hidrógeno.
Licitaciones y acuerdos de compra pública
Los gobiernos pueden actuar como agregadores de demanda, organizando licitaciones para el suministro de hidrógeno limpio en proyectos públicos o sectores clave. Mediante contratos de compra a largo plazo (PPA), se establece un comprador de referencia que da certidumbre al mercado.
La necesidad de criterios claros de sostenibilidad
El entusiasmo por el hidrógeno ha abierto la puerta a un riesgo latente: el greenwashing. No todo el hidrógeno es igual en términos de impacto climático. La diferencia entre un hidrógeno producido con energías renovables y otro con gas natural sin captura de carbono es sustancial.
Por ello, la IEA insiste en la urgencia de contar con definiciones claras y estrictas de hidrógeno bajo en carbono, estableciendo umbrales máximos de emisiones. Solo así se garantiza que los proyectos realmente contribuyan a la neutralidad climática y no se conviertan en una nueva forma de maquillaje ambiental.
Del entusiasmo a la acción: el momento decisivo
El hidrógeno limpio se encuentra en una encrucijada. Los anuncios abundan, pero los proyectos se atascan en la antesala de la inversión. La IEA subraya que este no es un problema de tecnología, sino de mercado y política.
La clave está en que los gobiernos den el primer paso: asumir parte del riesgo, garantizar demanda mediante políticas robustas y definir reglas claras de sostenibilidad. Sin esa señal inequívoca, la inversión privada seguirá paralizada.
La transición del hidrógeno limpio no puede seguir siendo una promesa. Para que se convierta en práctica, los próximos años serán decisivos. Lo que está en juego no es solo el éxito de una tecnología, sino la posibilidad de descarbonizar sectores donde no existen alternativas inmediatas. El hidrógeno puede ser la pieza que falta en la transición energética global, pero solo si la política deja de esperar y empieza a actuar.
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