El recurso olvidado de la transición energética
Mientras los focos de la sostenibilidad apuntan a los paneles solares, turbinas eólicas y autos eléctricos, hay un elemento silencioso que sostiene —o amenaza— todo el sistema: el agua. La crisis hídrica ya no es un problema ambiental aislado; es un factor estructural que pone en riesgo la generación eléctrica y la producción de combustibles en casi todos los continentes.
De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía (IEA), más del 70 % del consumo industrial de agua proviene del sector energético, desde refinerías hasta plantas termoeléctricas. En México, por ejemplo, el aumento de temperaturas y las sequías recurrentes han reducido la disponibilidad de agua para enfriamiento en centrales eléctricas y procesos petroquímicos, forzando a las empresas a buscar tecnologías de eficiencia hídrica.
Cuando falta agua, falta energía
El vínculo es directo: sin agua no hay energía, y sin energía no hay producción industrial. Las hidroeléctricas enfrentan niveles mínimos en presas; las refinerías dependen del agua para sus sistemas de enfriamiento; y la generación termoeléctrica —todavía dominante en América Latina— requiere millones de litros diarios para operar con seguridad.
Según la Comisión Nacional del Agua (Conagua), más de un tercio del territorio mexicano presenta niveles críticos de disponibilidad hídrica. En estados industriales como Nuevo León, Querétaro y Guanajuato, la competencia por el recurso entre hogares, agricultura e industria se ha vuelto una tensión social y económica constante.
A nivel global, el Banco Mundial advierte que la escasez de agua podría reducir el PIB de varios países en desarrollo hasta un 6 % anual para 2050 si no se transforman las prácticas de consumo energético e industrial.
Innovar para sobrevivir: hacia una energía sustentable
El futuro no pasa por elegir entre agua o energía, sino por integrar soluciones tecnológicas que optimicen ambas. Grandes corporaciones energéticas ya están incorporando plataformas digitales y sensores IoT para monitorear el uso del agua en tiempo real.
Empresas como Shell y Repsol implementan sistemas de reuso de aguas residuales industriales en refinerías, mientras que Iberdrola desarrolla proyectos de energía solar fotovoltaica acoplada a desalinizadoras, reduciendo presión sobre acuíferos.
En México, CFE experimenta con tecnologías de circuitos cerrados de enfriamiento y tratamiento de agua salobre en plantas del norte del país, una región especialmente golpeada por la sequía. Estas iniciativas apuntan hacia una eficiencia industrial que ya no es opcional, sino requisito de competitividad.

El nuevo paradigma: economía del agua y la energía
El desafío no se limita a optimizar procesos, sino a rediseñar modelos económicos. La economía circular del agua, basada en la recuperación y el reciclaje del recurso, comienza a integrarse con la transición energética.
Empresas mineras y petroquímicas adoptan estándares ESG que exigen reportar su huella hídrica, al igual que su huella de carbono. Incluso las finanzas verdes y los bonos de sostenibilidad empiezan a considerar el riesgo hídrico como un factor clave en la valoración de activos energéticos.
El mensaje es claro: el futuro industrial será tanto más sólido cuanto mejor entienda el valor del agua.
Una alianza invisible, pero decisiva
La historia de la energía moderna podría reescribirse desde una perspectiva hídrica. Las próximas décadas no solo demandarán más electricidad limpia, sino también procesos industriales resilientes al estrés hídrico. En ese cruce de ciencia, ingeniería y gestión ambiental se definirá la competitividad de los países y empresas.
El agua y la energía no compiten: se necesitan. La verdadera transición sustentable será aquella que logre armonizar ambas fuerzas invisibles, construyendo un futuro donde cada gota cuente tanto como cada kilowatt.
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