Una transición energética que aún arrastra huellas fósiles
La electrificación del transporte se presenta como una de las grandes soluciones frente al cambio climático. Sin embargo, bajo la promesa de una movilidad cero emisiones se oculta una paradoja inquietante: la persistente influencia del petróleo en la cadena de suministro de vehículos EV, especialmente en los procesos extractivos de minerales críticos como el litio, el cobalto y el níquel.
Este fenómeno revela que la transición energética, tal como está configurada actualmente, no escapa del modelo de dependencia de los combustibles fósiles. Lejos de ser un proceso lineal de descarbonización, se trata de una compleja reconfiguración industrial donde el petróleo sigue teniendo un rol protagónico, con implicaciones ambientales y sociales que requieren ser examinadas con rigor.
La minería de minerales críticos: epicentro de la contradicción
La producción de vehículos eléctricos depende de baterías de alta densidad energética, como las de ion-litio. Para fabricarlas, se requiere una extracción masiva de minerales que son denominados “críticos” no solo por su valor estratégico, sino por su disponibilidad geográfica limitada y su creciente demanda.
En países como la República Democrática del Congo, Chile, Indonesia o Australia, la minería de cobalto, litio y níquel ha aumentado de forma exponencial. Pero esta minería no opera en vacío. Se sustenta sobre una cadena de valor profundamente ligada al uso de diésel para maquinaria pesada, transporte de materiales, procesamiento y exportación. Según estudios del Institute for Sustainable Futures de la Universidad de Tecnología de Sídney, la minería de litio puede tener una huella de carbono significativa si no está electrificada, y en la mayoría de los casos aún no lo está.
En otras palabras, el petróleo no ha sido eliminado del sistema de producción de EV, sino desplazado a una etapa anterior del ciclo: la cadena de suministro. Esta contradicción plantea dudas legítimas sobre la real sostenibilidad del modelo actual de movilidad eléctrica.
Desafíos sociales y conflictos en zonas extractivas
El impacto del petróleo en la cadena de suministro de vehículos EV no es solo ambiental, sino también social. La dependencia de combustibles fósiles en la minería contribuye a la contaminación del aire y del agua en comunidades locales. Pero aún más grave es el entramado de violaciones a derechos humanos que, en muchos casos, acompaña a esta industria.
En el caso del cobalto, informes de Amnistía Internacional y la OECD han documentado condiciones de trabajo extremadamente peligrosas, explotación infantil y ausencia de supervisión laboral en minas artesanales de África central. La presencia de intereses energéticos y logísticos ligados al petróleo —desde generadores hasta sistemas de transporte— profundiza la vulnerabilidad de estas regiones.
Además, en zonas del “triángulo del litio” en América del Sur (Chile, Bolivia y Argentina), la extracción a gran escala requiere enormes cantidades de agua en ecosistemas áridos, generando tensiones con comunidades indígenas y campesinas. En todos estos casos, el impacto indirecto del petróleo sigue alimentando un modelo extractivista que contradice los principios de justicia climática y transición justa.
¿Es posible una cadena de suministro libre de petróleo?
Reducir el impacto del petróleo en la cadena de suministro de vehículos EV es técnica y estratégicamente posible, pero requiere voluntad política, innovación tecnológica y marcos regulatorios más exigentes. La electrificación de la maquinaria minera, el uso de energías renovables en los procesos de refinamiento y el desarrollo de nuevas rutas logísticas menos dependientes del diésel son pasos indispensables.
Algunas empresas del sector están comenzando a actuar. Tesla ha anunciado acuerdos con productores de litio y níquel con estándares ambientales más altos, y algunos proyectos piloto en Australia y Canadá están electrificando maquinaria pesada con resultados prometedores. No obstante, estos esfuerzos siguen siendo marginales frente al volumen global de producción.
En paralelo, urge avanzar en la trazabilidad de las cadenas de suministro mediante certificaciones robustas y auditorías independientes. El estándar IRMA (Initiative for Responsible Mining Assurance) y la Alianza para la Minería Responsable ofrecen marcos viables, aunque aún no son adoptados de manera generalizada por la industria automotriz.
Transparencia y responsabilidad: claves para una transición justa
El relato de los vehículos eléctricos como solución ecológica es parcialmente cierto, pero incompleto. Para que la movilidad eléctrica sea realmente sostenible, debe ser transparente en toda su cadena de valor. Esto implica reconocer el papel aún dominante del petróleo y abordarlo de manera activa.
Las empresas automotrices tienen la responsabilidad de garantizar que los minerales que utilizan provienen de fuentes que no solo respeten estándares ambientales, sino también derechos humanos y justicia social. Los consumidores, por su parte, necesitan información clara y verificable sobre el origen y la huella de los vehículos que compran. Y los gobiernos deben establecer políticas que integren criterios ESG a lo largo de toda la cadena de suministro, incluyendo incentivos para electrificar operaciones extractivas y sanciones para prácticas irresponsables.
Hacia una movilidad eléctrica sin sombras fósiles
La electrificación del transporte puede y debe ser una pieza clave en la lucha contra el cambio climático. Pero para lograrlo, la industria debe liberarse de sus contradicciones internas, empezando por reducir el impacto del petróleo en la cadena de suministro de vehículos EV.
La transición energética no puede construirse sobre los mismos cimientos que el modelo fósil: explotación, opacidad y desigualdad. El verdadero desafío es transformar no solo la fuente de energía, sino las relaciones de poder y las prácticas productivas que sustentan el sistema. Solo así, la movilidad eléctrica podrá cumplir su promesa de futuro limpio y justo.
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