El hecho de que Ucrania atacó oleoducto que suministra petróleo a Hungría encendió nuevas alarmas en Europa. Más allá del impacto inmediato en el suministro, el ataque refleja la fragilidad estructural de la seguridad energética en la región. La guerra dejó en claro que la infraestructura energética es un objetivo estratégico y que la estabilidad del continente depende de decisiones que van más allá del campo de batalla.
Dependencia energética de Hungría
Hungría se encuentra entre los países europeos con mayor dependencia del crudo ruso. Aproximadamente dos tercios de su consumo petrolero llegan a través del oleoducto Druzhba, que conecta a Rusia con Europa Central. La falta de acceso marítimo limita las alternativas de importación directa, obligando a Budapest a confiar en esta ruta terrestre.
El ataque ucraniano a la subestación eléctrica que mantiene operativo el oleoducto interrumpió de forma inmediata el flujo, generando incertidumbre en el mercado local. Industrias, refinerías y sectores clave de la economía húngara podrían enfrentar problemas de abastecimiento si la interrupción se prolonga.
Hungría frente a la Unión Europea
El canciller Peter Szijjarto responsabilizó directamente a Kiev y denunció que Bruselas ha presionado a su país durante tres años y medio para alinearse con la política militar europea. “Que quede claro: esta no es nuestra guerra”, afirmó, insistiendo en que Hungría no se dejará arrastrar al conflicto.
La posición de Budapest representa un desafío para la Unión Europea. Mientras la mayoría de los Estados miembros han endurecido sanciones contra Rusia y reforzado su apoyo a Ucrania, Hungría defiende una estrategia de neutralidad relativa. Su dependencia del petróleo ruso hace que la diversificación energética no sea una opción inmediata, sino un proceso de largo plazo.
Advertencias cruzadas y escalada diplomática
La advertencia de Szijjarto fue clara: Ucrania depende de la electricidad que Hungría exporta para mantener en pie su sistema energético. Si Kiev continúa atacando el suministro húngaro, Budapest podría responder limitando el apoyo eléctrico, incrementando así la vulnerabilidad del país en plena guerra.
Desde Moscú, la portavoz María Zajárova elevó el tono. Acusó a Kiev de convertirse en un “monstruo inmoral y sanguinario” y recordó intentos previos de ataques contra infraestructura crítica, como el puente de Crimea o la central nuclear de Smolensk. La narrativa rusa busca reforzar la idea de que Ucrania no solo amenaza a Rusia, sino también a la seguridad de sus vecinos europeos.
Riesgos regionales de mayor alcance
El ataque no solo afecta a Hungría. Otros países de Europa Central, como Eslovaquia o la República Checa, también dependen en parte del oleoducto Druzhba. Cualquier interrupción prolongada puede generar escasez en cascada y elevar los precios de la energía en la región.
Además, el incidente evidencia la dificultad de garantizar la protección de infraestructura estratégica en tiempos de guerra híbrida. Los oleoductos, gasoductos y líneas eléctricas son objetivos vulnerables que no cuentan con una cobertura de seguridad militar permanente.
Repercusiones globales
El ataque ocurrió en un momento diplomático especialmente sensible. Donald Trump y Vladímir Putin se reunieron en Alaska días antes para discutir posibles mecanismos de desescalada, mientras que en Washington se esperaba la llegada de Volodímir Zelenski para reforzar el apoyo estadounidense a Ucrania.
Este cruce de agendas muestra que el frente energético se ha transformado en un campo de negociación geopolítica. Rusia, garantizar sus exportaciones de energía significa sostener su economía y su influencia. Ucrania, atacar estas infraestructuras implica debilitar a Moscú y a sus aliados estratégicos. Para Estados Unidos y la Unión Europea, la prioridad es evitar que el conflicto se expanda a socios que han intentado mantenerse al margen, como Hungría.
Energía como arma de guerra
El hecho de que Ucrania atacó oleoducto que suministra petróleo a Hungría confirma que la energía se ha convertido en un instrumento bélico. No se trata solo de sanciones, cortes de gas o bloqueos comerciales, sino de ataques directos contra la infraestructura que sostiene economías enteras.
Europa debe asumir que la seguridad energética ya no depende únicamente de diversificación de proveedores o de la construcción de nuevas terminales de gas natural licuado. También requiere inversiones masivas en resiliencia, protección de instalaciones críticas y mecanismos de cooperación más sólidos entre Estados miembros.
Un futuro de incertidumbre
La vulnerabilidad demostrada por el ataque genera preguntas sobre la capacidad real de Europa para resistir un escenario de guerra prolongada. ¿Cómo sostener la seguridad energética si los oleoductos y gasoductos siguen siendo blanco de ataques? ¿Qué papel jugarán los países que, como Hungría, buscan mantener relaciones pragmáticas con Rusia?
Lo que está claro es que el ataque al oleoducto no fue solo un acto militar, sino un mensaje político. Hungría, Rusia, Ucrania y la Unión Europea están midiendo su poder no únicamente en términos de soldados o armamento, sino en la capacidad de controlar la energía que alimenta a sus sociedades.
La energía en el centro del tablero europeo
Que Ucrania atacó oleoducto que suministra petróleo a Hungría es un hecho que va más allá de la coyuntura. Muestra que la guerra ha convertido la energía en un recurso de presión y en un símbolo de soberanía nacional. Europa deberá redefinir su estrategia para no quedar atrapada en la intersección de intereses que hoy amenaza su seguridad energética y su cohesión política.
Te invito a leer:
Líderes del sector energético en América Latina: ¿Quiénes marcarán la agenda en 2026?