Trump redefine la geopolítica energética: alianza con Pakistán y apertura comercial con Corea del Sur

El presidente Trump sella un pacto estratégico con Pakistán para explotar reservas de petróleo y concreta un acuerdo comercial con Corea del Sur, proyectando una nueva arquitectura de poder económico y energético.

Hace 46 minutos
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Dos acuerdos estratégicos en Asia marcan el nuevo enfoque comercial y petrolero de EE. UU.

La reciente firma de un acuerdo petrolero entre Donald Trump y Pakistán, junto con la reducción de aranceles para productos surcoreanos, marca un giro decisivo en la política exterior y económica de Estados Unidos. El presidente norteamericano —ahora en su segundo mandato— busca consolidar nuevas alianzas energéticas y comerciales que redibujen el equilibrio geopolítico en Asia, en un contexto donde la seguridad del suministro y la diversificación de mercados se han convertido en prioridades para Washington.

La maniobra combina pragmatismo económico con cálculo geopolítico. Por un lado, posiciona a EE. UU. como socio estratégico en la explotación de recursos fósiles en Asia del Sur. Por otro, fortalece vínculos con Corea del Sur, un aliado clave en el Indo-Pacífico, al suavizar las tensiones comerciales que habían escalado en años anteriores. Ambas decisiones envían un mensaje claro: Estados Unidos busca reposicionarse como actor dominante en la arquitectura energética y comercial global, rompiendo inercias del pasado y abriendo nuevos frentes de influencia.

Un pacto energético con implicaciones regionales

El acuerdo firmado con el gobierno de Islamabad contempla la participación directa de empresas estadounidenses en la exploración, explotación y eventual refinación del petróleo paquistaní, con especial atención a las regiones de Baluchistán y Sindh. Estas zonas, históricamente inestables pero ricas en recursos, han estado subexplotadas por razones tanto técnicas como políticas. La entrada de capital y tecnología estadounidenses representa un salto cualitativo en la ambición energética del país asiático.

Para Trump, este acuerdo es más que un negocio: es una declaración de principios. Pakistán, un país con vínculos tradicionales con China y Rusia, se convierte ahora en un socio energético de EE. UU., en un claro intento de contrarrestar la expansión de la Franja y la Ruta de Pekín. La alianza también promete fortalecer la presencia diplomática y de seguridad de Washington en una región donde los equilibrios son volátiles y donde el vacío de poder geoeconómico suele ser rápidamente ocupado por potencias rivales.

Corea del Sur: distensión arancelaria y mensaje estratégico

El segundo eje de esta ofensiva económica se concentra en el este asiático. Trump ha firmado un pacto con Corea del Sur para reducir de forma significativa los aranceles a productos industriales, tecnológicos y agrícolas. La medida busca no sólo recuperar dinamismo comercial, sino también amortiguar los efectos de la guerra tecnológica que enfrenta a EE. UU. con China. Corea del Sur, como potencia exportadora y nodo clave en las cadenas de suministro globales, es un socio que Washington no puede darse el lujo de alienar.

El gesto no es menor. Trump había elevado aranceles en su primer mandato, tensionando la relación bilateral. Ahora, en un contexto de creciente competencia global, prioriza la reconstrucción de puentes con socios clave. La reducción de barreras comerciales no sólo revitaliza sectores productivos en ambas economías, sino que también posiciona a EE. UU. como contrapeso económico viable frente al mercado chino, especialmente en sectores como los semiconductores, el automóvil eléctrico y las tecnologías de defensa.

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Dimensión estratégica: petróleo, comercio y contención geopolítica

Ambos acuerdos responden a una lógica común: reconstruir la influencia de Estados Unidos en Asia a través de incentivos económicos. La alianza con Pakistán otorga acceso a reservas de petróleo vírgenes y posiciona a Washington en un corredor energético en disputa. El acuerdo con Seúl, por su parte, envía una señal de estabilidad a los mercados y refuerza la integración económica con una economía altamente tecnificada.

El mensaje es claro: frente a una Eurasia cada vez más integrada por la diplomacia energética rusa y las inversiones chinas, Estados Unidos busca diversificar su campo de alianzas con un enfoque realista y transaccional. Trump parece apostar por una diplomacia del interés compartido, más que por el multilateralismo clásico. La premisa es simple: ofrecer tecnología, inversión y acceso comercial a cambio de posicionamiento estratégico y control sobre recursos clave.

Este enfoque también tiene un impacto directo en la seguridad energética estadounidense. Al ampliar su influencia en zonas productoras como Pakistán, Washington reduce su dependencia de actores tradicionales como Arabia Saudita o Venezuela, cuyos vínculos políticos y geoestratégicos con EE. UU. han oscilado en la última década. Asimismo, al fortalecer el comercio con Corea del Sur, se apuntala una alianza indispensable para enfrentar los desafíos de una región marcada por el ascenso de China y la persistencia de Corea del Norte como amenaza nuclear.

Una arquitectura en transición

Más allá de las cifras y los memorandos de entendimiento, los acuerdos firmados por Trump perfilan una nueva arquitectura de relaciones internacionales donde el petróleo, el comercio y la estrategia se entrelazan. Estados Unidos, en este esquema, no sólo actúa como potencia energética, sino como un diseñador activo del orden económico asiático. La jugada con Pakistán busca desactivar el monopolio de influencia china en el sur del continente; el pacto con Corea del Sur refuerza un eje económico que equilibre el creciente poder de Beijing.

Esta reconfiguración no está exenta de riesgos. La participación en territorios inestables, como ciertas zonas paquistaníes, conlleva desafíos en términos de seguridad y gobernanza. Asimismo, las expectativas comerciales con Corea del Sur podrían verse limitadas por factores externos como el estancamiento global o las tensiones en el estrecho de Taiwán. Sin embargo, el carácter proactivo de estos acuerdos refleja una voluntad política clara: proyectar poder estadounidense a través de acuerdos funcionales y medibles, sin el lastre de grandes tratados multilaterales.

El tablero se mueve: ¿hacia una nueva doctrina energética?

La decisión de Donald Trump de firmar acuerdos bilaterales con dos países clave en Asia no puede entenderse como episodios aislados. Representan el esbozo de una nueva doctrina energética y comercial que privilegia la inmediatez, la bilateralidad y el retorno estratégico. En un mundo cada vez más fragmentado, donde las alianzas se negocian más que se heredan, EE. UU. busca recuperar protagonismo sin promesas ideológicas, pero con una lógica de poder evidente.

Con Pakistán se asegura acceso y control energético. Con Corea del Sur, se abren canales comerciales que también son puertas de influencia. La administración Trump, pese a su retórica polarizante, ha comprendido que el siglo XXI no se disputará solo en los mercados financieros o en las plataformas digitales, sino también en los ductos, los puertos y las zonas económicas especiales del sur de Asia. Y ahí, con estos dos acuerdos, ya ha dado un paso adelante.

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