Desde 1994, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) y su versión 2.0 —el T-MEC— han cimentado las bases de una cadena de suministro única en el mundo. Actualmente, ese entramado enfrenta una prueba de resistencia debido principalmente a la narrativa proteccionista del gobierno de Donald Trump.
México y Canadá comparten el reto de actuar como contrapeso a las imposiciones de Estados Unidos con tal de frenar las medidas conservadoras de su socio dominante y asegurar la supervivencia del segundo proyecto de integración más grande del mundo. Mucho dependerá de la actitud que adopten ambos países para consolidar un sub-bloque binacional con una agenda propia que logre garantizarles la atención e interés del presidente de Estados Unidos.
Para lograr esto, no hay más que voluntad política por parte del gobierno de los dos países, México y Canadá, que deben dejar atrás eventos que han herido la confianza entre ambas partes; tales como la reimposición canadiense de visas a mexicanos, la ausencia de la entonces viceprimera Ministra de Canadá, Chrystia Freeland, en la toma de posesión de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y las declaraciones de los líderes ultra conservadores de algunas provincias canadienses sobre excluir a México de la mesa de negociación del T-MEC.
A pesar de la marca que han dejado estos hechos, desde principios de 2025, ambos países comenzaron la operación cicatriz para superar esta huella negativa y restaurar el camino de cooperación en una carretera de doble sentido: donde tanto el gobierno de Canadá ha sorprendido con visitas de Estado a México, como la administración encabezada por Sheinbaum ha dejado ver la clara intención de cooperar a través de gestos diplomáticos, como la participación en la cumbre del G7 hace un par de meses.
La importancia de que México y Canadá trabajen en conjunto, se refleja de manera clara en el ámbito comercial, ya que mantienen un intercambio económico relevante, pero aún carece de una coordinación estratégica profunda. A pesar de que el flujo comercial supera los US$49,000 millones anuales y existen más de 500 compañías canadienses operando en nuestro país, la relación bilateral no ha logrado consolidar una visión compartida que explote plenamente las sinergias entre ambas economías.
El reto —y también oportunidad— es que desde hoy hasta 2026 —con la revisión del T-MEC— tanto México como Canadá pueden aliarse a través de una cooperación más firme, constante y planificada, especialmente en el sector energético y automotriz.
Energía: el puente entre México y Canadá
El mejor complemento a la voluntad política que muestren ambos países será la cooperación en materia energética. Esto debido a que es una de las esferas de interés bilateral más significativa y estratégica en América del Norte, donde México y Canadá tienen mucho que aportar por sobre Estados Unidos.
Para evitar que decisiones unilaterales provenientes de Estados Unidos afecten a sus aliados, es necesario fortalecer un frente binacional sólido que garantice la continuidad de inversiones y proyectos en energía. La colaboración entre ambos países resulta naturalmente complementaria porque Canadá ofrece tecnología, capital y amplia experiencia en energías limpias; mientras que México cuenta con muchos recursos naturales y una demanda energética en ascenso.
Esta combinación de fortalezas permite proyectar e imaginar un sistema energético norteamericano más sustentable y balanceado, siempre que se promueva la participación de empresas canadienses mediante acuerdos con tratos preferenciales exclusivos entre ellos, pues México y Canadá poseen una capacidad de negociación mayor de la que suelen reconocer.
Por motivos tanto políticos como económicos, la relación entre energía y medio ambiente dentro de América del Norte tiene una dinámica particular que la distingue de otros temas de la agenda común, como la seguridad o la migración. En este ámbito, las soluciones cooperativas rara vez implican que uno gane a costa del otro.
Es comprensible que ambos países teman quedar en desventaja frente a Estados Unidos en los espacios trilaterales, o incluso bilaterales, dado el peso económico y demográfico del país vecino. La población canadiense continuará siendo apenas una fracción de la estadounidense, y México, al menos en el corto plazo, seguirá registrando un ingreso per cápita inferior al de sus socios.
No obstante, la brecha entre las economías mexicana y canadiense se ha ido reduciendo. Y ambos países tienen hoy la oportunidad de influir activamente en la definición de las futuras agendas energéticas y ambientales del continente, si se atreven a actuar con visión y determinación.
La interdependencia energética genera beneficios compartidos para los tres socios; por lo que, cualquier intento serio de mejorar las políticas en esta materia debe asumir una visión continental, además de la nacional. Esto resulta esencial no sólo para las relaciones bilaterales y trilaterales dentro del T-MEC, sino también para enfrentar los retos globales vinculados a la energía y el medio ambiente, desde la interacción con la OPEP y el bloque BRICS hasta la cooperación con países en desarrollo.
El contexto trilateral y el papel de las energías renovables cobran especial importancia ante la postura ambigua de Estados Unidos, que mantiene una fuerte dependencia de los combustibles fósiles. México, por su parte, se ha propuesto generar 45% de su energía a partir de fuentes limpias para 2030, meta que requiere inversión extranjera para hacerse realidad. Con esto en mente, Canadá puede convertirse en un socio estratégico clave, contribuyendo a sustituir la actual dependencia mexicana del gas natural estadounidense.
La experiencia canadiense en la gestión de impactos sobre comunidades indígenas también constituye un activo estratégico. Sus marcos de consulta, compensación y sostenibilidad social son modelos que podrían ajustarse al contexto mexicano para fortalecer la gobernanza territorial y mitigar los riesgos sociales en iniciativas de ambas naciones.
Es claro que debemos garantizar un futuro energético sostenible que emane de una visión estratégica compartida para evitar desdibujar el proyecto de integración, independiente de los ciclos políticos. Fortalecer la cooperación bilateral entre México y Canadá, en el contexto de la integración regional, permitiría amortiguar la volatilidad derivada de decisiones externas y consolidar una base energética más resiliente y orientada a la transición verde.
Cooperación en materia automotriz
Paralelamente, y no menos importante, otro punto de convergencia competitiva es el que aporta la industria automotriz como pilar esencial del intercambio económico en América del Norte y representa un eje estratégico tanto para México como para Canadá. Ambos países forman parte de cadenas de valor profundamente interconectadas, que actualmente se ven afectadas por las nuevas disposiciones del T-MEC y por el creciente proteccionismo impulsado desde Washington.
Hoy, los tres países no comparten una balanza comercial al respecto, sino que han formado un sistema de coproducción donde la manufactura, ensamblado y comercialización de autos depende estrechamente de cada uno de ellos. Es decir, el engranaje de comercio sería totalmente inoperante si quitáramos alguna de las partes en esta maquinaria. Esta dependencia es un gran reto, por supuesto, pero transformar estos desafíos en oportunidades demandará una coordinación técnica y política de máximo nivel que resulta esencial.
La agenda bilateral debería centrarse en identificar los obstáculos logísticos y agilizar los procedimientos de certificación. Asimismo, avanzar en la modernización digital de las aduanas será fundamental para prevenir discrepancias en la aplicación de normas entre los tres socios del T-MEC y, especialmente, para frenar la supremacía comercial de China.
Ante el rápido avance de China en la industria automotriz, México y Canadá necesitan proyectarse como una opción competitiva para la manufactura de vehículos y componentes. Forjar una alianza estratégica en este sector no sólo fortalecería su liderazgo dentro de América del Norte, sino que también ampliaría su capacidad de respuesta frente a las tensiones geopolíticas y las transformaciones tecnológicas que están redefiniendo el mercado global.
Alianzas con eco político y comercial
Si bien ahora nos estamos centrando en las estrategias sobre energía y el sector automotriz, para la negociación comercial y en el plano de lo político resulta fundamental poner énfasis en dos puntos:
1. Intentar lograr la reducción de las barreras no arancelarias, como las medidas sanitarias y fitosanitarias que se imponen a los productos agroalimentarios (etiquetas de embalaje, características de frutas que se exportan) o los obstáculos técnicos al comercio del mercado de autopartes. Cuando se identifique la ruta hacia menos aranceles y menos medidas técnicas en paralelo, no sólo habrá mayor complementariedad entre México y Canadá, sino que serán países pioneros en implementar medidas innovadoras para el comercio internacional, como la digitalización total de las aduanas a través de blockchain.
2. Adoptar una postura ofensiva en común en cuanto a la estrategia arancelaria del presidente de Estados Unidos. Cuando estábamos negociando el T-MEC en 2018, recuerdo como en un déjà vu que Trump también quiso imponer aranceles excesivos a sectores estratégicos, como el del aluminio y el acero, en medio de las rondas de negociación sin ningún racional más que el de querer imponer su voluntad.
Sin embargo, en esa ocasión la postura que adoptamos en el equipo negociador fue, como dicen coloquialmente “pagar con la misma moneda”; y si Trump iba a imponer aranceles arbitrariamente, entonces México y Canadá se organizarían para poner aranceles de vuelta a productos estratégicos que sabíamos dolerían electoralmente a gobernantes Republicanos en Estados Unidos, como el Bourbon de Kentucky. De esta manera, los senadores de esos estados ejercerían presión al presidente de Estados Unidos para reducir las amenazas arancelarias.
Sea una, otra o ambas, para trascender lo técnico, en el plano político es indispensable reactivar la Alianza canadiense–mexicana a nivel no sólo federal, sino a nivel local con diálogos, foros y encuentros entre los ministros de las provincias canadienses, los gobernadores de estados mexicanos, los premieres o legisladores de Canadá con reguladores mexicanos, intercambios de asociaciones empresariales, etc.
Al ir tejiendo redes de colaboración, los dos países extenderían la base política escrita en el marco del tratado, diversificarían y harían eco de los intereses de ambas partes y crearían resiliencia territorial frente a cualquier giro proteccionista que pudiera ocurrírsele al jefe de la Oficina Oval en la Casa Blanca.
Más allá de cualquier alternativa bilateral o extrarregional, deben empeñarse en reconstruir, junto con Estados Unidos, un arreglo común que actualice el T-MEC, renueve los canales de confianza y proyecte una voz colectiva frente a los retos globales. Hacerlo no sólo mitigará su vulnerabilidad ante los giros políticos de Donald Trump, sino que también posicionará al bloque como un contrapeso cooperativo capaz de generar prosperidad compartida.
Así, en caso de que Estados Unidos decidiera dar un paso atrás en el T-MEC (algo bastante improbable), México y Canadá tendrían frente a sí tanto un desafío, como una oportunidad histórica. La coyuntura podría impulsar una alianza más sólida entre ambos países, basada en la confianza mutua, y una carretera pavimentada por acciones previas impulsadas desde ahora en la antesala de la revisión del T-MEC.